En un post publicado hace tiempo ya matamos al periodismo, pues bien... le llego la hora a la opinión pública.
Comparto con Uds. la conferencia ofrecida por Pierre Bourdieu en Noroit (Arras) en enero de 1972 y publicada en Les temps modernes, no. 318, enero de 1973, pp. 1292-1309.
La versión en castellano de Enrique Martín Criado publicada en "Cuestiones de Sociología", Istmo, España, 2000, pp. 220-232.
Quisiera señalar, en primer lugar, que mi propósito no es denunciar de manera mecánica y fácil las encuestas de opinión, sino proceder a un análisis riguroso de su funcionamiento y sus funciones. Lo que implica que se cuestionen los tres postulados que implícitamente suponen. Toda encuesta de opinión supone que todo el mundo puede tener una opinión; o, en otras palabras, que la producción de una opinión está al alcance de todos. Aun a riesgo de contrariar un sentimiento ingenuamente democrático, pondré en duda este primer postulado. Segundo postulado: se supone que todas las opiniones tienen el mismo peso. Pienso que se puede demostrar que no hay nada de esto y que el hecho de acumular opiniones que no tienen en absoluto la misma fuerza real lleva a producir artefactos desprovistos de sentido. Tercer postulado implícito: en el simple hecho de plantearle la misma pregunta a todo el mundo se halla implicada la hipótesis de que hay un consenso sobre los problemas, entre otras palabras, que hay un acuerdo sobre las preguntas que vale la pena plantear. Estos tres postulados implican, me parece, toda una serie de distorsiones que se observan incluso cuando se cumplen todas las condiciones del rigor metodológico en la recogida y análisis de los datos.
A menudo se le hacen reproches técnicos a las encuestas de opinión. Por ejemplo, se cuestiona la representatividad de las muestras. Pienso que, en el estado actual de los medios utilizados por las empresas que realizan encuestas, la objeción apenas tiene fundamento. También se les reprocha el hacer preguntas sesgadas o, más bien, el sesgar las preguntas en su formulación: esto ya es más cierto y muchas veces se condiciona la respuesta mediante la forma de hacer la pregunta. Así, por ejemplo, transgrediendo el precepto elemental de la construcción de un cuestionario que exige que se les "dé sus oportunidades" a todas las respuestas posibles, frecuentemente se omite en las preguntas o en las respuestas propuestas una de las opciones posibles, o incluso se propone varias veces la misma opción bajo formulaciones diferentes. Hay toda clase de sesgos de este tipo y sería interesante preguntarse por las condiciones sociales de aparición de estos sesgos. En muchos casos se deben a las condiciones en las que trabajan las personas que producen los cuestionarios. Pero, sobre todo, se deben al hecho de que las problemáticas que fabrican los institutos de opinión están subordinadas a una demanda de tipo particular. Así, cuando emprendimos el análisis de una gran encuesta nacional sobre la opinión de los franceses respecto al sistema de enseñanza, extrajimos de los archivos de una serie de gabinetes de estudios las preguntas referentes a la enseñanza. Esto nos permitió constatar que desde mayo de 1968 se habían planteado más de doscientas preguntas sobre el sistema de enseñanza, frente a menos de veinte entre 1960 y 1968. Eso significa que las problemáticas que se le imponen a este tipo de organismos están profundamente ligadas a la coyuntura y dominadas por un tipo determinado de demanda social. La cuestión de la enseñanza, por ejemplo, sólo puede ser planteada por un instituto de opinión pública cuando se convierte en problema político. Se ve enseguida la diferencia que separa a estas instituciones de los centros de investigación que generan sus problemáticas, si no en un universo puro, en todo caso con una distancia mucho mayor respecto a la demanda social en su forma directa en inmediata.
Un análisis estadístico sumario de las preguntas planteadas nos puso de manifiesto que la inmensa mayoría estaban directamente vinculadas a las preocupaciones políticas del "personal político". Si nos entretuviéramos esta tarde jugando a los papelitos y si yo les dijera que escribieran las cinco cuestiones que les parecen más importantes en el tema de la enseñanza, seguramente obtendríamos una lista muy diferente de la que obtenemos al sacar las preguntas que fueron efectivamente planteadas por las encuestas de opinión. La pregunta: "¿Hay que introducir la política en los institutos"? (o variantes de la misma) se hizo muy a menudo, mientras que la pregunta: "¿Hay que modificar los programas?" o "¿Hay que modificar el modo de transmisión de los contenidos?" apenas se planteó. Lo mismo con "¿Hay que reciclar a los docentes?" Preguntas que son muy importantes, al menos desde otra perspectiva.
Las problemáticas que proponen las encuestas de opinión están subordinadas a intereses políticos, y esto pesa enormemente tanto sobre la significación de las respuestas como sobre la significación que se le confiere a la publicación de los resultados. La encuesta de opinión es, en el estado actual, un instrumento de acción política; su función más importante consiste, quizá, en imponer la ilusión de que existe una opinión pública como sumatoria puramente aditiva de opiniones individuales; en imponer la idea de que existe algo que sería como la media de las opiniones o la opinión media. La "opinión pública" que aparece en las primeras páginas de los periódicos en forma de porcentajes (el 60% de los franceses están a favor de...), esta opinión pública es un simple y puro artefacto cuya función es disimular que el estado de la opinión en un momento dado es un sistema de fuerzas, de tensiones, y que no hay nada más inadecuado para representar el estado de la opinión que un porcentaje.
Sabemos que todo ejercicio de la fuerza va acompañado por un discurso cuyo fin es legitimar la fuerza del que la ejerce; se puede decir incluso que lo propio de toda relación de fuerza es el hecho de que sólo ejerce toda su fuerza en la medida en que se disimula como tal. En suma, expresándolo de forma sencilla, el hombre político es el que dice: "Dios está de nuestra parte". El equivalente de "Dios está de nuestra parte" es hoy en día "la opinión pública está de nuestra parte". He aquí el efecto fundamental de la encuesta de opinión: constituir la idea de que existe una opinión pública unánime y, así, legitimar una política y reforzar las relaciones de fuerza que la sostienen o la hacen posible.
Tras haber dicho al principio lo que quería decir al final, voy a tratar de señalar muy rápidamente cuáles son las operaciones mediante las que se produce este efecto de consenso. La primera operación, que tiene como punto de partida el postulado de que todo el mundo debe tener una opinión, consiste en ignorar los no-contestan (1). Por ejemplo, le preguntas a la gente: "¿Está usted a favor del gobierno Pompidou?" Registras un 30% de no-contestan, un 20% de sí, un 50% de no. Puedes decir: la parte de personas en contra es superior a la parte de personas a favor y después queda este residuo del 30%. También puedes volver a calcular los porcentajes a favor y en contra excluyendo los no-contestan. Esta simple elección es una operación teórica de una importancia fantástica sobre la que quisiera reflexionar con ustedes.
Eliminar los no-contestan es hacer lo que se hace en una consulta electoral donde hay papeletas en blanco o nulas; es imponerle a la encuesta de opinión la filosofía implícita de la consulta electoral. Si se mira con mayor atención, se observa que la tasa de no-contestan es más elevada de forma general entre las mujeres que entre los hombres, que la distancia entre mujeres y hombres se eleva a medida que los problemas planteados son más específicamente políticos. Otra observación: cuanto más trata una pregunta sobre problemas del saber, de conocimiento, mayor es la distancia entre las tasas de no-contestan de los más instruidos y las de los menos instruidos. A la inversa, cuando las preguntas tratan de problemas éticos las variaciones de los no-contestan por nivel de instrucción son pequeñas (ejemplo: "¿Hay que ser severo con los hijos?"). Otra observación: cuanto más se trata una pregunta sobre problemas conflictivos, sobre un nudo de contradicciones (por ejemplo, una pregunta sobre la situación en Checoslovaquia para personas que votan comunista), cuantas más tensiones le genera una pregunta a una categoría determinada, más frecuentes son los no-contestan en esta categoría. Por consiguiente, el simple análisis estadístico de los no-contestan proporciona una información sobre lo que significa la pregunta, así como sobre la categoría considerada, hallándose ésta definida tanto por la probabilidad que tiene de tener una opinión, como por la probabilidad condicional de tener una opinión a favor o en contra. El análisis científico de las encuestas de opinión muestra que no existe prácticamente problema ómnibus ni pregunta que no sea reinterpretada en función de los intereses a quienes se plantea, por lo que el primer imperativo es preguntarse a qué pregunta creyeron responder las distintas categorías de encuestados. Uno de los efectos más perniciosos de la encuesta de opinión consiste precisamente en conminar a las personas a responder a preguntas que no se han planteado. Así, por ejemplo, las preguntas que giran en torno a problemas de moral, ya se trate de preguntas sobre la severidad de los padres, las relaciones entre profesores y alumnos, la pedagogía directiva o no directiva, etc., problemas cuya percepción como problemas éticos aumenta a medida que se desciende en la jerarquía social, al tiempo que pueden ser problemas políticos para las clases superiores: uno de los efectos de la encuesta consiste en transformar respuestas éticas en respuestas políticas por el simple efecto de imposición de problemática.
En realidad, hay varios principios a partir de los cuales se puede generar una respuesta. Tenemos, en primer lugar, lo que se puede llamar la competencia política en referencia a una definición a la vez arbitraria y legítima, es decir, dominante y disimulada como tal, de la política. Esta competencia política no se halla universalmente distribuida. Varía grosso modo como el nivel de instrucción. En otras palabras, la probabilidad de tener una opinión sobre todas las cuestiones que suponen un saber político es comparable con la probabilidad de ir al museo. Se observan diferencias fantásticas: donde un estudiante comprometido en un movimiento izquierdista percibe quince divisiones a la izquierda del PSU, para un mando intermedio no hay nada. En la escala política (extrema-izquierda, izquierda, centro-izquierda, centro, centro-derecha, derecha, extrema- derecha, etc.) que las encuestas de "ciencia política" emplean como algo sin vuelta de hoja, algunas categorías sociales utilizan intensamente un pequeño rincón de la extrema izquierda; otras utilizan únicamente el centro; otras utilizan toda la escala. Al final, una elección es la agregación de espacios completamente distintos; se suma a personas que miden en centímetros con personas que miden en kilómetros o, más bien, a personas que puntúan de 0 a 20 con personas que puntúan entre 9 y 11. La competencia se aprecia, entre otras cosas, por el grado de finura de percepción (ocurre lo mismo en estética, algunos pueden distinguir los cinco o seis estilos sucesivos de un solo pintor).
Podemos llevar la comparación un poco más lejos. En materia de percepción estética, tenemos en primer lugar una condición de posibilidad: es preciso que las personas piensen la obra de arte como una obra de arte; a continuación, habiéndola percibido como una obra de arte, es preciso que posean las categorías de percepción para construirla, estructurarla, etc. Supongamos una pregunta formulada así: "¿Está usted a favor de una educación directiva o por una educación no directiva?" Para algunos, esta pregunta puede constituirse como política, al integrarse la representación de las relaciones padres-hijos en una visión sistemática de la sociedad; para otros, es una pura cuestión de moral. Así, el cuestionario que hemos elaborado y en el que le preguntamos a la gente si, para ellos, es o no política hacer huelga, llevar el pelo largo, participar en un festival pop, etc., pone de manifiesto variaciones muy amplias por clases sociales. La primera condición para responder de forma adecuada a una cuestión política es, por tanto, ser capaz de construirla como política; la segunda, tras haberla construido como política, es ser capaz de aplicarle categorías específicamente políticas, que pueden ser más o menos adecuadas, más o menos refinadas, etc. Estas son las condiciones específicas de producción de opiniones, las que la encuesta de opinión supone que se cumplen de forma universal y uniforme con el primer postulado según el cual todo mundo puede producir una opinión.
Segundo principio a partir del cual las personas pueden producir una opinión: lo que llamo el "ethos de clase" (por no decir "ética de clase"), es decir, un sistema de valores implícitos que las personas han interiorizado desde la infancia y a partir del cual generan respuestas a problemas extremadamente distintos. Las opiniones que las personas pueden intercambiar a la salida de un partido de fútbol entre Roubaix y Valenciennes le deben una buena parte de su coherencia, de su lógica, al ethos de clase. Una multitud de respuestas a las que se considera respuestas políticas se producen en realidad a partir del ethos de clase y pueden asumir, a la vez, una significación completamente distinta cuando se las interpreta en el terreno político. Aquí he de referirme a una tradición sociológica, muy extendida sobre todo entre determinados sociólogos de la política en Estados Unidos, que hablan habitualmente de un conservadurismo y autoritarismo de las clases populares. Estas tesis se basan en la comparación internacional de encuestas o de elecciones, que tienen mostrar que cada vez que se interroga a las clases populares, sea en el país que sea, sobre problemas referentes a las relaciones de autoridad, la libertad individual, la libertad de prensa, etc., dan respuestas más "autoritarias" que las otras clases; y se concluye de manera global que existe un conflicto entre los valores democráticos (en el autor en que pienso, Lipset, se trata de los valores democráticos americanos) y los valores que han interiorizado las clases populares, valores de tipo autoritario y represivo. De ahí sacan una especie de visión escatológica: elevemos el nivel de vida, elevemos el nivel de instrucción y, como la propensión a la represión, al autoritarismo, etc., va unida a bajos ingresos, a bajo nivel de instrucción, etc., produciremos así buenos ciudadanos de la democracia americana. En mi opinión, lo que está en cuestión es la significación de las respuestas a determinadas preguntas. Supongamos un conjunto de preguntas de este tipo: ¿Está usted a favor de la igualdad entre los sexos? ¿Está usted a favor de la libertad sexual de los cónyuges? ¿Está usted a favor de una educación no represiva? ¿Está usted a favor de la nueva sociedad?, etc. Supongamos otro conjunto de preguntas del tipo: ¿Deben hacer huelga los profesores cuando ven amenazada su situación? ¿Deben ser solidarios los docentes con el resto de funcionarios en los períodos de conflicto social?, etc. Estos dos conjuntos de preguntas arrojan respuestas de estructura estrictamente inversa en relación con la clase social: el primer conjunto de preguntas, que se refiere a un determinado tipo de innovación en las relaciones sociales, en la forma simbólica de las relaciones sociales, suscita tantas más respuestas a favor cuanto más nos elevamos en la jerarquía social y en la jerarquía según el nivel de instrucción; a la inversa, las preguntas que tratan sobre las transformaciones reales de las relaciones de fuerza entre las clases suscitan cada vez más respuestas en contra a medida que nos elevamos en la jerarquía social.
En suma, la proposición "las clases populares son represivas" no es ni verdadera ni falsa. Es verdadera en la medida en que, ante todo un conjunto de problemas como los que atañen a la moral doméstica, a las relaciones entre generaciones o entre sexos, las clases populares tienen tendencia a mostrarse mucho más rigoristas que las otras clases sociales. Por el contrario, en las cuestiones de estructura política, que ponen en juego la conservación o la transformación del orden social, y no sólo la conservación o transformación de los modos de relación entre los individuos, las clases populares son mucho más partidarias de la innovación, es decir, de una transformación de las estructuras sociales. Podemos ver cómo algunos de los problemas planteados --y a menudo mal planteados-- en mayo de 1968, en el conflicto entre el partido comunista y los izquierdistas, están relacionados de forma muy directa con el problema central que he tratado de plantear esta tarde, el de la naturaleza de las respuestas, es decir, del principio a partir del cual se producen. La oposición que he establecido entre estos dos grupos de preguntas nos remite, en efecto, a la oposición entre dos principios de producción de opiniones: un principio específicamente político y un principio ético, siendo el problema del conservadurismo de las clases populares producto de la ignorancia de esta distinción.
El efecto de imposición de problemática, efecto ejercido por toda encuesta de opinión y por toda interrogación política (comenzando por la electoral), deriva del hecho de que las preguntas planteadas en una encuesta de opinión no son preguntas que se les planteen realmente a todas las personas interrogadas, así como del hecho de que las respuestas no son interpretadas en función de la problemática por referencia a la cual han respondido las diferentes categorías de encuestados. Así, la problemática dominante --de la que proporciona una imagen la lista de preguntas planteadas en los dos últimos años por los institutos de opinión--, es decir, la problemática que les interesa esencialmente a las personas que detentan el poder y que quieren estar informadas sobre los medios de organizar su acción política, la dominan de manera muy desigual las diferentes clases sociales. Y, cuestión importante, éstas se hallan más o menos capacitadas para producir una contra-problemática. Con motivo del debate televisado entre Servan-Schreiber y Giscard d'Estaing, un instituto de sondeos de opinión hizo preguntas del tipo: "¿Depende el éxito escolar de los dones, de la inteligencia, del mérito?" Las respuestas recogidas ofrecen de hecho una información (ignorada por los que la producían) sobre el grado de conciencia que las diferentes clases sociales tienen de las leyes de la transmisión hereditaria del capital cultural: la adhesión al mito del don y del ascenso social por la escuela, de la justicia escolar, de la equidad de la distribución de los puestos en función de las titulaciones, etc., es muy diferente en las clases populares. La contra-problemática puede existir para algunos intelectuales, pero no tiene fuerza social a pesar de haber sido recogida por algunos partidos y grupos. La verdad científica está sometida a las mismas leyes de difusión que la ideología. Una proposición científica es como una bula papal sobre el control de la natalidad, sólo predica a convertidos.
Se suele asociar la idea de objetividad en una encuesta de opinión al hecho de hacer la pregunta en los términos más neutros posibles con el fin de darles todas sus oportunidades a todas las respuestas. En realidad, la encuesta de opinión se hallaría sin duda más próxima a lo que ocurre en la realidad si, transgrediendo completamente las reglas de la "objetividad", se les ofreciera a las personas los medios para situarse como se sitúan realmente en la práctica real, es decir, en referencia a opiniones ya formuladas; si en lugar de decir, por ejemplo, "algunas personas están a favor del control de la natalidad, otras están en contra, ¿y usted?...", se enunciaran una serie de posicionamientos explícitos de los grupos autorizados para constituir y difundir las opiniones, de manera que la gente pudiera situarse en referencia a respuestas ya constituidas. Se suele hablar de "tomas de posición"; hay posiciones que ya están previstas y que se toman. Pero no se las toma al azar. Se toman las posiciones que se está predispuesto a tomar en función de la posición que se ocupa en un campo determinado. Un análisis riguroso tiene como objetivo explicar las relaciones entre la estructura de las posiciones a tomar y la estructura del campo de las posiciones objetivamente ocupadas.
Si las encuestas de opinión captan muy mal los estados virtuales de la opinión y, más exactamente, los movimientos de opinión, ello se debe, entre otras razones, a que la situación en la que aprenden las opiniones es completamente artificial. En las situaciones en que se constituye la opinión, en particular las situaciones de crisis, las personas se hallan ante opiniones constituidas, ante opiniones sostenidas por grupos, de manera que elegir entre opiniones es, claramente, elegir entre grupos. Este es el principio del efecto de politización que produce la crisis: hay que elegir entre grupos que se definen políticamente y definir cada vez más tomas de posición en función de principios explícitamente políticos. De hecho, lo que me parece importante es que la encuesta de opinión trata a la opinión pública como una simple suma de opiniones individuales, recogidas en una situación que, en el fondo, es la de la cabina electoral, donde el individuo va furtivamente a expresar en el aislamiento una opinión aislada. En las situaciones reales, las opiniones son fuerzas y las relaciones entre opiniones son conflictos de fuerza entre los grupos.
Otra ley se desprende de estos análisis: se tienen más opiniones sobre un problema cuanto más interesado se está por este problema. Por ejemplo, en relación al sistema de enseñanza la tasa de respuestas está íntimamente unida al grado de proximidad respecto al sistema de enseñanza, y la probabilidad de tener una opinión varía en función de la probabilidad de tener poder sobre aquello de lo que se opina. La opinión que se afirma como tal, espontáneamente, es la opinión de personas cuya opinión tiene peso, como se suele decir. Si un ministro de educación actuase en función de una encuesta de opinión (o, al menos, a partir de una lectura superficial de la encuesta), no haría lo que hace cuando actúa realmente como político, es decir, a partir de las llamadas de teléfono que recibe, de la visita de tal responsable sindical, de tal decano, etc. En realidad, actúa en función de estas fuerzas de opinión realmente constituidas que sólo se manifiestan a su percepción en la medida en que tienen fuerza y en que tienen fuerza porque están movilizadas.
Tratándose de prever lo que va a ser de la universidad en los próximos diez años, pienso que la opinión movilizada constituye la mejor base. De todas formas, el hecho, del que dejan constancia los no-contestan, de que las disposiciones de determinadas categorías no accedan al estatuto de opinión --es decir de discurso constituido que pretende una coherencia, que pretende ser escuchado, imponerse, etc.--, no debe llevarnos a concluir que en situaciones de crisis las personas que no tenían ninguna opinión elegirían al azar: si el problema se halla constituido políticamente para ellos (problemas de salario, de cadencias de trabajo para los obreros), elegirán en términos de competencia política; si se trata de un problema que para ellos no está constituido políticamente (relaciones represivas en el interior de la empresa) o si está en vías de constitución, se guiarán por el sistema de disposiciones profundamente inconsciente que orienta sus elecciones en los ámbitos más diferentes, desde la estética o el deporte hasta las preferencias económicas. La encuesta de opinión tradicional ignora al mismo tiempo los grupos de presión y las disposiciones virtuales que pueden no expresarse en forma de discurso explícito. Por ello es incapaz de generar la menor previsión razonable sobre lo que pasaría en situación de crisis.
Supongamos un problema como el del sistema de enseñanza. Se puede preguntar: "¿qué piensa usted de la política de Edgar Faure?" Es una pregunta muy parecida a una consulta electoral, en el sentido de que es la noche en que todos los gatos son pardos: todo el mundo están en general de acuerdo sin saber sobre qué; sabemos lo que significó el voto por unanimidad de la ley Faure en la Asamblea Nacional. A continuación se pregunta: "¿está usted a favor de la introducción de la política en los institutos?" Aquí se observa un corte muy claro. Ocurre lo mismo cuando se pregunta: "¿pueden hacer huelga los profesores?" En este caso, los miembros de las clases populares, por una transferencia de su competencia política específica, saben qué responder. Se puede preguntar además: "¿hay que transformar los programas? ¿Está usted a favor de la evaluación continua? ¿Está usted a favor de la introducción de los padres de los alumnos en los consejos de profesores? ¿Está usted a favor de la supresión del examen de agregación?, etc.". Bajo la pregunta "¿está usted a favor de Edgar Faure?" subyacían todas estas preguntas y las personas han tomado posición de golpe sobre un conjunto de problemas que un buen cuestionario sólo podría plantear mediante al menos sesenta preguntas en las que se observarían variaciones en todos los sentidos. En un caso, las opiniones estarían asociadas positivamente a la posición en la jerarquía social; en otro, negativamente; en algunos casos, la asociación sería muy fuerte; en otros, muy débil, o incluso no se daría en absoluto. Basta con pensar que una consulta electoral representa el límite de una pregunta como "¿está usted a favor de Edgar Faure?" para comprender que los especialistas de sociología política puedan afirmar que la relación que se observa habitualmente, en casi todos los ámbitos de la práctica social, entre la clase social y las prácticas o las opiniones, es muy pequeña cuando se trata de fenómenos electorales, hasta el punto de que algunos no dudan en concluir que no hay ninguna relación entre la clase social y el hecho de votar derechas o izquierdas. Si tienen en cuenta que una consulta electoral plantea en una única pregunta sincrética lo que sólo se podría aprehender razonablemente en doscientas preguntas, que unos miden en centímetros, otros en kilómetros, que la estrategia de los candidatos consiste en plantear mal las cuestiones y en jugar al máximo con el disimulo de las divergencias para ganarse los votos indecisos, y tantos otros efectos, llegarán a la conclusión de que quizás haya que plantear al revés la cuestión tradicional de la relación entre el voto y la clase social y preguntarse cómo es posible que a pesar de todo se constate una relación, aunque sea pequeña; e interrogarse sobre la función del sistema electoral, instrumento que, por su propia lógica, tiende atenuar los conflictos y las divergencias. Lo que es verdad es que estudiando el funcionamiento de la encuesta de opinión uno puede hacerse una idea de la manera en que funciona este tipo particular de encuesta de opinión que es la consulta electoral, así como del efecto que produce.
En suma, he querido decir que la opinión pública no existe, al menos bajo la forma que le atribuyen los que tienen interés en afirmar su existencia. He dicho que existen, por una parte, opiniones constituidas, movilizadas, de grupos de presión movilizados en torno a un sistema de intereses explícitamente formulados; y, por otra, disposiciones que, por definición, no son opinión si se entiende por tal, como he hecho a lo largo de todo este análisis, algo que puede formularse discursivamente con una cierta pretensión a la coherencia. Esta definición de opinión no es mi opinión sobre la opinión. Es simplemente la explicitación de la definición que ponen en juego las encuestas de opinión cuando le piden a la gente que tome posición respecto a opiniones formuladas y cuando producen, por simple agregación estadística de las opiniones así producidas, este artefacto que es la opinión pública. Simplemente digo que la opinión pública en la acepción implícitamente admitida por los que hacen encuestas de opinión o por los que utilizan sus resultados, simplemente digo que esta opinión no existe.
NOTAS:
(1) Les non-réponses: bajo esta denominación están comprendidos, en francés, los "no sabe" y los "no contesta" de las encuestas. Para no sobrecargar el texto con siglas hemos preferido traducirla por "no-contestan".
A menudo se le hacen reproches técnicos a las encuestas de opinión. Por ejemplo, se cuestiona la representatividad de las muestras. Pienso que, en el estado actual de los medios utilizados por las empresas que realizan encuestas, la objeción apenas tiene fundamento. También se les reprocha el hacer preguntas sesgadas o, más bien, el sesgar las preguntas en su formulación: esto ya es más cierto y muchas veces se condiciona la respuesta mediante la forma de hacer la pregunta. Así, por ejemplo, transgrediendo el precepto elemental de la construcción de un cuestionario que exige que se les "dé sus oportunidades" a todas las respuestas posibles, frecuentemente se omite en las preguntas o en las respuestas propuestas una de las opciones posibles, o incluso se propone varias veces la misma opción bajo formulaciones diferentes. Hay toda clase de sesgos de este tipo y sería interesante preguntarse por las condiciones sociales de aparición de estos sesgos. En muchos casos se deben a las condiciones en las que trabajan las personas que producen los cuestionarios. Pero, sobre todo, se deben al hecho de que las problemáticas que fabrican los institutos de opinión están subordinadas a una demanda de tipo particular. Así, cuando emprendimos el análisis de una gran encuesta nacional sobre la opinión de los franceses respecto al sistema de enseñanza, extrajimos de los archivos de una serie de gabinetes de estudios las preguntas referentes a la enseñanza. Esto nos permitió constatar que desde mayo de 1968 se habían planteado más de doscientas preguntas sobre el sistema de enseñanza, frente a menos de veinte entre 1960 y 1968. Eso significa que las problemáticas que se le imponen a este tipo de organismos están profundamente ligadas a la coyuntura y dominadas por un tipo determinado de demanda social. La cuestión de la enseñanza, por ejemplo, sólo puede ser planteada por un instituto de opinión pública cuando se convierte en problema político. Se ve enseguida la diferencia que separa a estas instituciones de los centros de investigación que generan sus problemáticas, si no en un universo puro, en todo caso con una distancia mucho mayor respecto a la demanda social en su forma directa en inmediata.
Un análisis estadístico sumario de las preguntas planteadas nos puso de manifiesto que la inmensa mayoría estaban directamente vinculadas a las preocupaciones políticas del "personal político". Si nos entretuviéramos esta tarde jugando a los papelitos y si yo les dijera que escribieran las cinco cuestiones que les parecen más importantes en el tema de la enseñanza, seguramente obtendríamos una lista muy diferente de la que obtenemos al sacar las preguntas que fueron efectivamente planteadas por las encuestas de opinión. La pregunta: "¿Hay que introducir la política en los institutos"? (o variantes de la misma) se hizo muy a menudo, mientras que la pregunta: "¿Hay que modificar los programas?" o "¿Hay que modificar el modo de transmisión de los contenidos?" apenas se planteó. Lo mismo con "¿Hay que reciclar a los docentes?" Preguntas que son muy importantes, al menos desde otra perspectiva.
Las problemáticas que proponen las encuestas de opinión están subordinadas a intereses políticos, y esto pesa enormemente tanto sobre la significación de las respuestas como sobre la significación que se le confiere a la publicación de los resultados. La encuesta de opinión es, en el estado actual, un instrumento de acción política; su función más importante consiste, quizá, en imponer la ilusión de que existe una opinión pública como sumatoria puramente aditiva de opiniones individuales; en imponer la idea de que existe algo que sería como la media de las opiniones o la opinión media. La "opinión pública" que aparece en las primeras páginas de los periódicos en forma de porcentajes (el 60% de los franceses están a favor de...), esta opinión pública es un simple y puro artefacto cuya función es disimular que el estado de la opinión en un momento dado es un sistema de fuerzas, de tensiones, y que no hay nada más inadecuado para representar el estado de la opinión que un porcentaje.
Sabemos que todo ejercicio de la fuerza va acompañado por un discurso cuyo fin es legitimar la fuerza del que la ejerce; se puede decir incluso que lo propio de toda relación de fuerza es el hecho de que sólo ejerce toda su fuerza en la medida en que se disimula como tal. En suma, expresándolo de forma sencilla, el hombre político es el que dice: "Dios está de nuestra parte". El equivalente de "Dios está de nuestra parte" es hoy en día "la opinión pública está de nuestra parte". He aquí el efecto fundamental de la encuesta de opinión: constituir la idea de que existe una opinión pública unánime y, así, legitimar una política y reforzar las relaciones de fuerza que la sostienen o la hacen posible.
Tras haber dicho al principio lo que quería decir al final, voy a tratar de señalar muy rápidamente cuáles son las operaciones mediante las que se produce este efecto de consenso. La primera operación, que tiene como punto de partida el postulado de que todo el mundo debe tener una opinión, consiste en ignorar los no-contestan (1). Por ejemplo, le preguntas a la gente: "¿Está usted a favor del gobierno Pompidou?" Registras un 30% de no-contestan, un 20% de sí, un 50% de no. Puedes decir: la parte de personas en contra es superior a la parte de personas a favor y después queda este residuo del 30%. También puedes volver a calcular los porcentajes a favor y en contra excluyendo los no-contestan. Esta simple elección es una operación teórica de una importancia fantástica sobre la que quisiera reflexionar con ustedes.
Eliminar los no-contestan es hacer lo que se hace en una consulta electoral donde hay papeletas en blanco o nulas; es imponerle a la encuesta de opinión la filosofía implícita de la consulta electoral. Si se mira con mayor atención, se observa que la tasa de no-contestan es más elevada de forma general entre las mujeres que entre los hombres, que la distancia entre mujeres y hombres se eleva a medida que los problemas planteados son más específicamente políticos. Otra observación: cuanto más trata una pregunta sobre problemas del saber, de conocimiento, mayor es la distancia entre las tasas de no-contestan de los más instruidos y las de los menos instruidos. A la inversa, cuando las preguntas tratan de problemas éticos las variaciones de los no-contestan por nivel de instrucción son pequeñas (ejemplo: "¿Hay que ser severo con los hijos?"). Otra observación: cuanto más se trata una pregunta sobre problemas conflictivos, sobre un nudo de contradicciones (por ejemplo, una pregunta sobre la situación en Checoslovaquia para personas que votan comunista), cuantas más tensiones le genera una pregunta a una categoría determinada, más frecuentes son los no-contestan en esta categoría. Por consiguiente, el simple análisis estadístico de los no-contestan proporciona una información sobre lo que significa la pregunta, así como sobre la categoría considerada, hallándose ésta definida tanto por la probabilidad que tiene de tener una opinión, como por la probabilidad condicional de tener una opinión a favor o en contra. El análisis científico de las encuestas de opinión muestra que no existe prácticamente problema ómnibus ni pregunta que no sea reinterpretada en función de los intereses a quienes se plantea, por lo que el primer imperativo es preguntarse a qué pregunta creyeron responder las distintas categorías de encuestados. Uno de los efectos más perniciosos de la encuesta de opinión consiste precisamente en conminar a las personas a responder a preguntas que no se han planteado. Así, por ejemplo, las preguntas que giran en torno a problemas de moral, ya se trate de preguntas sobre la severidad de los padres, las relaciones entre profesores y alumnos, la pedagogía directiva o no directiva, etc., problemas cuya percepción como problemas éticos aumenta a medida que se desciende en la jerarquía social, al tiempo que pueden ser problemas políticos para las clases superiores: uno de los efectos de la encuesta consiste en transformar respuestas éticas en respuestas políticas por el simple efecto de imposición de problemática.
En realidad, hay varios principios a partir de los cuales se puede generar una respuesta. Tenemos, en primer lugar, lo que se puede llamar la competencia política en referencia a una definición a la vez arbitraria y legítima, es decir, dominante y disimulada como tal, de la política. Esta competencia política no se halla universalmente distribuida. Varía grosso modo como el nivel de instrucción. En otras palabras, la probabilidad de tener una opinión sobre todas las cuestiones que suponen un saber político es comparable con la probabilidad de ir al museo. Se observan diferencias fantásticas: donde un estudiante comprometido en un movimiento izquierdista percibe quince divisiones a la izquierda del PSU, para un mando intermedio no hay nada. En la escala política (extrema-izquierda, izquierda, centro-izquierda, centro, centro-derecha, derecha, extrema- derecha, etc.) que las encuestas de "ciencia política" emplean como algo sin vuelta de hoja, algunas categorías sociales utilizan intensamente un pequeño rincón de la extrema izquierda; otras utilizan únicamente el centro; otras utilizan toda la escala. Al final, una elección es la agregación de espacios completamente distintos; se suma a personas que miden en centímetros con personas que miden en kilómetros o, más bien, a personas que puntúan de 0 a 20 con personas que puntúan entre 9 y 11. La competencia se aprecia, entre otras cosas, por el grado de finura de percepción (ocurre lo mismo en estética, algunos pueden distinguir los cinco o seis estilos sucesivos de un solo pintor).
Podemos llevar la comparación un poco más lejos. En materia de percepción estética, tenemos en primer lugar una condición de posibilidad: es preciso que las personas piensen la obra de arte como una obra de arte; a continuación, habiéndola percibido como una obra de arte, es preciso que posean las categorías de percepción para construirla, estructurarla, etc. Supongamos una pregunta formulada así: "¿Está usted a favor de una educación directiva o por una educación no directiva?" Para algunos, esta pregunta puede constituirse como política, al integrarse la representación de las relaciones padres-hijos en una visión sistemática de la sociedad; para otros, es una pura cuestión de moral. Así, el cuestionario que hemos elaborado y en el que le preguntamos a la gente si, para ellos, es o no política hacer huelga, llevar el pelo largo, participar en un festival pop, etc., pone de manifiesto variaciones muy amplias por clases sociales. La primera condición para responder de forma adecuada a una cuestión política es, por tanto, ser capaz de construirla como política; la segunda, tras haberla construido como política, es ser capaz de aplicarle categorías específicamente políticas, que pueden ser más o menos adecuadas, más o menos refinadas, etc. Estas son las condiciones específicas de producción de opiniones, las que la encuesta de opinión supone que se cumplen de forma universal y uniforme con el primer postulado según el cual todo mundo puede producir una opinión.
Segundo principio a partir del cual las personas pueden producir una opinión: lo que llamo el "ethos de clase" (por no decir "ética de clase"), es decir, un sistema de valores implícitos que las personas han interiorizado desde la infancia y a partir del cual generan respuestas a problemas extremadamente distintos. Las opiniones que las personas pueden intercambiar a la salida de un partido de fútbol entre Roubaix y Valenciennes le deben una buena parte de su coherencia, de su lógica, al ethos de clase. Una multitud de respuestas a las que se considera respuestas políticas se producen en realidad a partir del ethos de clase y pueden asumir, a la vez, una significación completamente distinta cuando se las interpreta en el terreno político. Aquí he de referirme a una tradición sociológica, muy extendida sobre todo entre determinados sociólogos de la política en Estados Unidos, que hablan habitualmente de un conservadurismo y autoritarismo de las clases populares. Estas tesis se basan en la comparación internacional de encuestas o de elecciones, que tienen mostrar que cada vez que se interroga a las clases populares, sea en el país que sea, sobre problemas referentes a las relaciones de autoridad, la libertad individual, la libertad de prensa, etc., dan respuestas más "autoritarias" que las otras clases; y se concluye de manera global que existe un conflicto entre los valores democráticos (en el autor en que pienso, Lipset, se trata de los valores democráticos americanos) y los valores que han interiorizado las clases populares, valores de tipo autoritario y represivo. De ahí sacan una especie de visión escatológica: elevemos el nivel de vida, elevemos el nivel de instrucción y, como la propensión a la represión, al autoritarismo, etc., va unida a bajos ingresos, a bajo nivel de instrucción, etc., produciremos así buenos ciudadanos de la democracia americana. En mi opinión, lo que está en cuestión es la significación de las respuestas a determinadas preguntas. Supongamos un conjunto de preguntas de este tipo: ¿Está usted a favor de la igualdad entre los sexos? ¿Está usted a favor de la libertad sexual de los cónyuges? ¿Está usted a favor de una educación no represiva? ¿Está usted a favor de la nueva sociedad?, etc. Supongamos otro conjunto de preguntas del tipo: ¿Deben hacer huelga los profesores cuando ven amenazada su situación? ¿Deben ser solidarios los docentes con el resto de funcionarios en los períodos de conflicto social?, etc. Estos dos conjuntos de preguntas arrojan respuestas de estructura estrictamente inversa en relación con la clase social: el primer conjunto de preguntas, que se refiere a un determinado tipo de innovación en las relaciones sociales, en la forma simbólica de las relaciones sociales, suscita tantas más respuestas a favor cuanto más nos elevamos en la jerarquía social y en la jerarquía según el nivel de instrucción; a la inversa, las preguntas que tratan sobre las transformaciones reales de las relaciones de fuerza entre las clases suscitan cada vez más respuestas en contra a medida que nos elevamos en la jerarquía social.
En suma, la proposición "las clases populares son represivas" no es ni verdadera ni falsa. Es verdadera en la medida en que, ante todo un conjunto de problemas como los que atañen a la moral doméstica, a las relaciones entre generaciones o entre sexos, las clases populares tienen tendencia a mostrarse mucho más rigoristas que las otras clases sociales. Por el contrario, en las cuestiones de estructura política, que ponen en juego la conservación o la transformación del orden social, y no sólo la conservación o transformación de los modos de relación entre los individuos, las clases populares son mucho más partidarias de la innovación, es decir, de una transformación de las estructuras sociales. Podemos ver cómo algunos de los problemas planteados --y a menudo mal planteados-- en mayo de 1968, en el conflicto entre el partido comunista y los izquierdistas, están relacionados de forma muy directa con el problema central que he tratado de plantear esta tarde, el de la naturaleza de las respuestas, es decir, del principio a partir del cual se producen. La oposición que he establecido entre estos dos grupos de preguntas nos remite, en efecto, a la oposición entre dos principios de producción de opiniones: un principio específicamente político y un principio ético, siendo el problema del conservadurismo de las clases populares producto de la ignorancia de esta distinción.
El efecto de imposición de problemática, efecto ejercido por toda encuesta de opinión y por toda interrogación política (comenzando por la electoral), deriva del hecho de que las preguntas planteadas en una encuesta de opinión no son preguntas que se les planteen realmente a todas las personas interrogadas, así como del hecho de que las respuestas no son interpretadas en función de la problemática por referencia a la cual han respondido las diferentes categorías de encuestados. Así, la problemática dominante --de la que proporciona una imagen la lista de preguntas planteadas en los dos últimos años por los institutos de opinión--, es decir, la problemática que les interesa esencialmente a las personas que detentan el poder y que quieren estar informadas sobre los medios de organizar su acción política, la dominan de manera muy desigual las diferentes clases sociales. Y, cuestión importante, éstas se hallan más o menos capacitadas para producir una contra-problemática. Con motivo del debate televisado entre Servan-Schreiber y Giscard d'Estaing, un instituto de sondeos de opinión hizo preguntas del tipo: "¿Depende el éxito escolar de los dones, de la inteligencia, del mérito?" Las respuestas recogidas ofrecen de hecho una información (ignorada por los que la producían) sobre el grado de conciencia que las diferentes clases sociales tienen de las leyes de la transmisión hereditaria del capital cultural: la adhesión al mito del don y del ascenso social por la escuela, de la justicia escolar, de la equidad de la distribución de los puestos en función de las titulaciones, etc., es muy diferente en las clases populares. La contra-problemática puede existir para algunos intelectuales, pero no tiene fuerza social a pesar de haber sido recogida por algunos partidos y grupos. La verdad científica está sometida a las mismas leyes de difusión que la ideología. Una proposición científica es como una bula papal sobre el control de la natalidad, sólo predica a convertidos.
Se suele asociar la idea de objetividad en una encuesta de opinión al hecho de hacer la pregunta en los términos más neutros posibles con el fin de darles todas sus oportunidades a todas las respuestas. En realidad, la encuesta de opinión se hallaría sin duda más próxima a lo que ocurre en la realidad si, transgrediendo completamente las reglas de la "objetividad", se les ofreciera a las personas los medios para situarse como se sitúan realmente en la práctica real, es decir, en referencia a opiniones ya formuladas; si en lugar de decir, por ejemplo, "algunas personas están a favor del control de la natalidad, otras están en contra, ¿y usted?...", se enunciaran una serie de posicionamientos explícitos de los grupos autorizados para constituir y difundir las opiniones, de manera que la gente pudiera situarse en referencia a respuestas ya constituidas. Se suele hablar de "tomas de posición"; hay posiciones que ya están previstas y que se toman. Pero no se las toma al azar. Se toman las posiciones que se está predispuesto a tomar en función de la posición que se ocupa en un campo determinado. Un análisis riguroso tiene como objetivo explicar las relaciones entre la estructura de las posiciones a tomar y la estructura del campo de las posiciones objetivamente ocupadas.
Si las encuestas de opinión captan muy mal los estados virtuales de la opinión y, más exactamente, los movimientos de opinión, ello se debe, entre otras razones, a que la situación en la que aprenden las opiniones es completamente artificial. En las situaciones en que se constituye la opinión, en particular las situaciones de crisis, las personas se hallan ante opiniones constituidas, ante opiniones sostenidas por grupos, de manera que elegir entre opiniones es, claramente, elegir entre grupos. Este es el principio del efecto de politización que produce la crisis: hay que elegir entre grupos que se definen políticamente y definir cada vez más tomas de posición en función de principios explícitamente políticos. De hecho, lo que me parece importante es que la encuesta de opinión trata a la opinión pública como una simple suma de opiniones individuales, recogidas en una situación que, en el fondo, es la de la cabina electoral, donde el individuo va furtivamente a expresar en el aislamiento una opinión aislada. En las situaciones reales, las opiniones son fuerzas y las relaciones entre opiniones son conflictos de fuerza entre los grupos.
Otra ley se desprende de estos análisis: se tienen más opiniones sobre un problema cuanto más interesado se está por este problema. Por ejemplo, en relación al sistema de enseñanza la tasa de respuestas está íntimamente unida al grado de proximidad respecto al sistema de enseñanza, y la probabilidad de tener una opinión varía en función de la probabilidad de tener poder sobre aquello de lo que se opina. La opinión que se afirma como tal, espontáneamente, es la opinión de personas cuya opinión tiene peso, como se suele decir. Si un ministro de educación actuase en función de una encuesta de opinión (o, al menos, a partir de una lectura superficial de la encuesta), no haría lo que hace cuando actúa realmente como político, es decir, a partir de las llamadas de teléfono que recibe, de la visita de tal responsable sindical, de tal decano, etc. En realidad, actúa en función de estas fuerzas de opinión realmente constituidas que sólo se manifiestan a su percepción en la medida en que tienen fuerza y en que tienen fuerza porque están movilizadas.
Tratándose de prever lo que va a ser de la universidad en los próximos diez años, pienso que la opinión movilizada constituye la mejor base. De todas formas, el hecho, del que dejan constancia los no-contestan, de que las disposiciones de determinadas categorías no accedan al estatuto de opinión --es decir de discurso constituido que pretende una coherencia, que pretende ser escuchado, imponerse, etc.--, no debe llevarnos a concluir que en situaciones de crisis las personas que no tenían ninguna opinión elegirían al azar: si el problema se halla constituido políticamente para ellos (problemas de salario, de cadencias de trabajo para los obreros), elegirán en términos de competencia política; si se trata de un problema que para ellos no está constituido políticamente (relaciones represivas en el interior de la empresa) o si está en vías de constitución, se guiarán por el sistema de disposiciones profundamente inconsciente que orienta sus elecciones en los ámbitos más diferentes, desde la estética o el deporte hasta las preferencias económicas. La encuesta de opinión tradicional ignora al mismo tiempo los grupos de presión y las disposiciones virtuales que pueden no expresarse en forma de discurso explícito. Por ello es incapaz de generar la menor previsión razonable sobre lo que pasaría en situación de crisis.
Supongamos un problema como el del sistema de enseñanza. Se puede preguntar: "¿qué piensa usted de la política de Edgar Faure?" Es una pregunta muy parecida a una consulta electoral, en el sentido de que es la noche en que todos los gatos son pardos: todo el mundo están en general de acuerdo sin saber sobre qué; sabemos lo que significó el voto por unanimidad de la ley Faure en la Asamblea Nacional. A continuación se pregunta: "¿está usted a favor de la introducción de la política en los institutos?" Aquí se observa un corte muy claro. Ocurre lo mismo cuando se pregunta: "¿pueden hacer huelga los profesores?" En este caso, los miembros de las clases populares, por una transferencia de su competencia política específica, saben qué responder. Se puede preguntar además: "¿hay que transformar los programas? ¿Está usted a favor de la evaluación continua? ¿Está usted a favor de la introducción de los padres de los alumnos en los consejos de profesores? ¿Está usted a favor de la supresión del examen de agregación?, etc.". Bajo la pregunta "¿está usted a favor de Edgar Faure?" subyacían todas estas preguntas y las personas han tomado posición de golpe sobre un conjunto de problemas que un buen cuestionario sólo podría plantear mediante al menos sesenta preguntas en las que se observarían variaciones en todos los sentidos. En un caso, las opiniones estarían asociadas positivamente a la posición en la jerarquía social; en otro, negativamente; en algunos casos, la asociación sería muy fuerte; en otros, muy débil, o incluso no se daría en absoluto. Basta con pensar que una consulta electoral representa el límite de una pregunta como "¿está usted a favor de Edgar Faure?" para comprender que los especialistas de sociología política puedan afirmar que la relación que se observa habitualmente, en casi todos los ámbitos de la práctica social, entre la clase social y las prácticas o las opiniones, es muy pequeña cuando se trata de fenómenos electorales, hasta el punto de que algunos no dudan en concluir que no hay ninguna relación entre la clase social y el hecho de votar derechas o izquierdas. Si tienen en cuenta que una consulta electoral plantea en una única pregunta sincrética lo que sólo se podría aprehender razonablemente en doscientas preguntas, que unos miden en centímetros, otros en kilómetros, que la estrategia de los candidatos consiste en plantear mal las cuestiones y en jugar al máximo con el disimulo de las divergencias para ganarse los votos indecisos, y tantos otros efectos, llegarán a la conclusión de que quizás haya que plantear al revés la cuestión tradicional de la relación entre el voto y la clase social y preguntarse cómo es posible que a pesar de todo se constate una relación, aunque sea pequeña; e interrogarse sobre la función del sistema electoral, instrumento que, por su propia lógica, tiende atenuar los conflictos y las divergencias. Lo que es verdad es que estudiando el funcionamiento de la encuesta de opinión uno puede hacerse una idea de la manera en que funciona este tipo particular de encuesta de opinión que es la consulta electoral, así como del efecto que produce.
En suma, he querido decir que la opinión pública no existe, al menos bajo la forma que le atribuyen los que tienen interés en afirmar su existencia. He dicho que existen, por una parte, opiniones constituidas, movilizadas, de grupos de presión movilizados en torno a un sistema de intereses explícitamente formulados; y, por otra, disposiciones que, por definición, no son opinión si se entiende por tal, como he hecho a lo largo de todo este análisis, algo que puede formularse discursivamente con una cierta pretensión a la coherencia. Esta definición de opinión no es mi opinión sobre la opinión. Es simplemente la explicitación de la definición que ponen en juego las encuestas de opinión cuando le piden a la gente que tome posición respecto a opiniones formuladas y cuando producen, por simple agregación estadística de las opiniones así producidas, este artefacto que es la opinión pública. Simplemente digo que la opinión pública en la acepción implícitamente admitida por los que hacen encuestas de opinión o por los que utilizan sus resultados, simplemente digo que esta opinión no existe.
NOTAS:
(1) Les non-réponses: bajo esta denominación están comprendidos, en francés, los "no sabe" y los "no contesta" de las encuestas. Para no sobrecargar el texto con siglas hemos preferido traducirla por "no-contestan".
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