15/8/11

LA CRIMINOLOGIA MEDIATICA (CUATRO)


En las útimas entradas de Códigos Binarios venimos desarrollando los conceptos desarrollado por Raúl Zaffaroni alrededor de la figura de la Criminología Mediatica. 
Víctima de una campaña que responde a esa figura, a partir de una denuncia de la ONG La Alameda, comparto con Uds. una clase magistral brindada en la Facultad de Derecho de la UBA por el ministro de la Corte Suprema de Justicia en el marco de un acto de desagravio realizado el jueves 11 de agosto.
La presencia del rector de la UBA, Ruben Hallu, y el discurso de la decana de Derecho, Mónica Pinto, dieron cuenta de un explícito respaldo hacia Zaffaroni. Entre las mil personas presentes estaban Hebe de Bonafini, representando a la Asociación Madres de Plaza de Mayo, Nora Cortiñas y Marta Vázquez, de Madres Línea Fundadora, además de las Abuelas de Plaza de Mayo, el Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, distintos representante de diveros espacios políticos como Aníbal Ibarra, Vilma Ibarra, María Elena Naddeo, María José Libertino y Héctor Recalde, el ministro de Trabajo de la Nación, Carlos Tomada, colegas como David Baigún, Arístides Corti y Eduardo Barcesat, junto a jueces federales, secretarios, académicos y estudiantes.
Este es el texto complete de la exposición:

Pedagogía del lapidado

Por Raúl Zaffaroni

Han llegado a mi conocimiento interpretaciones del hecho que me afecta vinculándolo con conflictos a los que soy por completo ajeno. En principio, a mi juicio no tiene esto nada que ver con cruces que puedan tener otros poderes del Estado con diferentes grupos empresariales o de medios ni con otros intereses. Las interpretaciones en ese sentido las respeto, pero corren por cuenta de quien las hace y no son la mía. Tampoco tienen nada que ver con este hecho personas a las que se pretendió vincular, como candidatos, dirigentes políticos y altas personalidades de la Iglesia. Todos ellos me merecen el mayor de los respetos que, por otra parte, es el mismo que he puesto de manifiesto en toda ocasión. Nos hallamos en una etapa electoral que, codazo más o menos, quienes recordamos tiempos oscuros, la vivenciamos como una fiesta de la democracia. En modo alguno debe permitirse que se mezcle con esto.
Aunque no sea sencillo, debemos calmarnos y observar con alguna distancia los hechos. Las difamaciones pasan, unos pocos las creen, otros pocos simulan que las creen, los más las repudian; las elecciones también pasan, unos las ganan y están felices, otros las pierden y quedan tristes, pero debemos todos juntos mantener las condiciones para que siempre vengan nuevas elecciones.
Para no confundir los hechos con el marco, prefiero elegir como tema para esta clase inaugural un análisis detallado del hecho en el marco de lo que en varias publicaciones vengo denominando criminología mediática.
- Observador participante. Las circunstancias han querido que me halle en la curiosa situación de un observador participante, cuyo rol es el de objeto de una tentativa fallida de construcción mediática de la realidad (en el sentido de Berger y Luckmann). No es posible asumir la función de observador participante sin estar involucrado en el hecho investigado, pero el éxito del método depende de la distancia que logre poner el observador a la hora de extraer las consecuencias.
- Caracterización del hecho. Estimo que el hecho puede caracterizarse como lapidación mediática. Sé que no faltan quienes prefieren linchamiento mediático, pero existe una diferencia sustancial, señalada por René Girard: en el linchamiento se toca materialmente a la víctima; en la lapidación se la persigue arrojando piedras hasta que ésta sucumbe o se precipita al vacío; los ejecutores son anónimos, nadie se atribuye el resultado y nadie se contamina físicamente con la víctima. En lo mediático, evitar la contaminación física es una coartada importante (¡Se mató solo! ¡Nadie lo tocó!). La lapidación responde al llamado de un empresario moral en el sentido de Bronislaw Malinowski, es decir, de alguien que llama la atención sobre un hecho e invita a arrojar piedras. Pero las motivaciones del empresario moral no necesariamente son las mismas de quienes se van sumando a la tarea lapidaria.
- Motivaciones. En este caso los lapidadores actúan con muy diferentes motivaciones. Veamos:
1. Una ONG en busca de promoción para desplazar a posibles competidoras.
2. Sectores minoritarios de seguridad afectados ávidos de venganza (y de advertir a otros) porque el lapidado promovió el secuestro de 4.000.000 de dosis de paco y el procesamiento de más de 100 personas.
3. Sectores de burócratas internacionales o de sus subordinados o lacayos locales, preocupados por lo que el lapidado discurre acerca del crimen organizado y en especial respecto del lavado de dinero. Tienen alcance internacional y se han ocupado de difundir el hecho.
4. Sectores vinculados a intereses locales a los que resulta molesta la actual composición del máximo tribunal y su prestigio nacional e internacional.
5. Sectores de los medios que difunden el discurso vindicativo y empujan hacia el Estado gendarme, molestos porque se les analizan y ponen de manifiesto sus técnicas y sus artimañas generadoras de pánico moral.
6. Personas con escaso éxito político –algunas sólo viven de la política y de la denuncia gratuita– a las que el hecho puede brindar un escenario que sus dotes no les ofrecen (Somos los únicos limpios, todos los demás son sucios).
7. Profesionales que ven afectados sus intereses por las sentencias del tribunal, sobre el cual no pueden ejercer poder.
8. Profesionales que ambicionan ocupar un día el lugar del lapidado y envidian su prestigio y conocimiento (¿Por qué él, si yo soy más?).
9. Empleados de empresas amarillistas que procuran obtener la noticia del año y ser premiados con algún emolumento complementario.
10. Personas vinculadas a la dictadura militar o a sus simpatizantes.
11. Quienes suponen que a través del lapidado pueden erosionar a otras instituciones o personas.
12. Personas ideológicamente enfrentadas (aunque este subgrupo por lo general es reducido, porque siempre quien tiene una ideología tiene también una cosmovisión y esto impone algunos límites éticos).
La lista de lapidadores puede extenderse, pues el enunciado anterior no es exhaustivo, aunque es suficientemente demostrativo de la pluralidad de motivaciones. Lo importante es destacar que sin un empresario moral no hay lapidación, pero que tampoco la hay si no existe una cantidad de personas dispuestas a escuchar su llamado y a lapidar, aunque sus motivaciones sean por completo diferentes.
- Perfil del agredido. El segundo elemento a tener en cuenta es el perfil del agredido. Ante todo debe elegirse a alguien al que se considera capaz de quebrarse o incapaz de resistir las pedradas. Cabe presumir que el perfil de quien por lo general tiende a resolver o minimizar conflictos lo hace porque es vulnerable. El lapidado piensa que la víctima tiene puntos débiles en su vida por los que puede entrar su ponzoña y, como no los conoce, proyecta sobre la víctima su propia inmoralidad como deducción. El apedreador arroja las piedras sin estar seguro de dar en el blanco y, con la esperanza de hallar alguna falla en la víctima, presume que ésta –al igual que él– sufre la misma carencia de escrúpulos y valores, por lo que puede equivocarse fácilmente.
Cuanto más inmoral es el apedreador, mayor es la inmoralidad que proyecta sobre la víctima, al imaginarla parecida a él. El lapidador imagina una combinación de morbosidad y ambición desmedida de poder y dinero. Aunque el lapidador no dé en el blanco sigue insistiendo sobre la víctima con la esperanza de golpear mejor, pero tampoco sabe muy bien si lo conseguirá, en especial cuando a la víctima no se le encuentran fallas reales escandalosas. El perfil respetable, conservador y solemne del agredido favorece los golpes del lapidador, pues puede más fácilmente tildar a la víctima de hipócrita, pero es mucho más difícil golpear a una víctima cuando ésta tiene perfil transgresor, como en este caso.
- Instrumento. El principal instrumento de lapidación es la prensa amarilla, que es una patología de la comunicación que por regla general tiene un público cautivo cercano al de la clientela de la pornografía. Esta empresa no conoce ningún límite ético. Si bien en la ética periodística existen muchas zonas grises, la empresa amarilla no reconoce ni siquiera los principios más elementalísimos de la ética, los viola todos. Si no hiciese esto carecería de capacidad de lesión al proyectar su propia inmoralidad sobre el lapidado.
Es interesante observar que la prensa amarilla se vale de un proletariado de jóvenes que cumplen las tareas menores y más desagradables, necesitados de su salario –que debe ser miserable– y que mientras arrojan piedras sobre el lapidado le piden disculpas porque están trabajando y hasta le envían mensajes más o menos anónimos de adhesión disculpándose por no aparecer públicamente en su defensa. Algo análogo suele suceder con algunos de quienes practican personalmente la tortura.
La inmoralidad de la prensa amarilla causa a estos jóvenes serios problemas de conciencia. Las consecuencias últimas de esta degradación del proletariado del amarillismo en la personalidad de los explotados no son menores, considerando que se trata de personas muy jóvenes y que conservan restos de dignidad y valores.
- Mecánica de la agresión. La mecánica de la lapidación mediática asumió en el caso una forma bastante compleja. Se abrió con la difusión de mails hackeados, adulterados e inventados, publicados en un sitio cuya dirección electrónica fue difundida por la prensa no amarilla. Primera tentativa de lesión a la autoestima de la víctima.
Previamente, la víctima fue sometida a un estudio completo a efectos de obtener información que pudiera ser material de extorsión. El resultado de esta investigación fue alertar al banco extranjero del que la víctima era cliente desde hacía veinticinco años y éste decidió cerrarle su cuenta en razón de ser una persona políticamente expuesta. (Cabe observar que si la víctima hubiese operado con un testaferro la cuenta no hubiese sido cerrada, lo que indica que algo anda mal en el mundo y no sólo en lo local.) El banco adoptó una actitud francamente discriminatoria con un cliente antiguo y con una cuenta cuyo movimiento era ínfimo y transparente. Se comunicó con el cliente y le informó poco menos que no quería problemas con un sudaca con un depósito despreciable. Segunda lesión a la autoestima de la víctima.
Sucesivos recados telefónicos eran dejados todos los días avisando lo que se publicaría en la prensa amarilla al día siguiente. Los llamados eran insistentes, reiterados varias veces al día, dejados en el contestador, remitidos a la cuenta de mail. El objetivo era mantener al hostigado en permanente estado de zozobra y alteración del sueño, induciendo una fijación persecutoria. Esto hubiese sido muy grave en caso de personalidad paranoide. También se buscaba que éste se preguntase permanentemente si había hecho algo errado. Frente a una personalidad culpógena esto podría acarrear una grave depresión e inducir errores de conducta. No fue el caso de la víctima de este hecho, que no tiene personalidad paranoide ni mucho menos culpógena, como máximo quizás un poco esquizoide.
Esos estados se potencian a través de los mismos métodos aplicados a todo el equipo de colaboradores, hostigados a distintas horas del día y de la noche. El objetivo fue desestabilizar a éstos, cada uno de los cuales tiene sus propias características conforme a las cuales reacciona y, en su afán por contener el avance del hostigamiento, desconciertan al hostigado, que se ve obligada a contenerlos. A ese efecto la prensa amarilla se agenció los teléfonos celulares de todo el equipo mediante procedimientos que no se conocen, pero no cabe descartar su carácter corrupto.
Paralelamente se procedió a instalar una guardia de fotógrafos en la puerta del domicilio particular del hostigado y a fotografiarlo cuando entraba y salía de la casa y a seguirlo cuando caminaba por la calle, como también a todas las personas que entraban y salían, a interrogarlas, a mostrar las fotos a los vecinos para que identificasen a cada uno, a fotografiarlo en el acto electoral, a interrogar al personal de servicio. Esto buscaba producir en la vida hogareña del hostigado el mismo efecto reproductor que con sus colaboradores, en forma tal de impedirle eludir la tensión y la zozobra en ningún momento del día ni de la noche.
Entre los hechos extraños que tuvieron lugar en forma contemporánea al hostigamiento se produjo la visita de una mujer, que intentaba entrar al domicilio del hostigado, con el pretexto de ejercer la prostitución y ofrecerse para armar una coartada. Si bien puede ser una coincidencia provocada por una persona desequilibrada, no cabe descartar otras hipótesis.
Con todo esto se busca que el hostigado esté fijado en el hecho en forma permanente, lograr que no piense en otra cosa, impedirle la distancia del hecho y la consiguiente reflexión y hasta el descanso. Si esto no doblega psicológicamente al hostigado, éste debe cargar con la pesada tarea de alertar constantemente a los colaboradores, convivientes, personal de servicio, vecinos, etcétera.
Uno de los objetivos del hostigamiento era individualizar al apoderado de la víctima, proyectando sobre ésta la propia inmoralidad en la idea de que esa persona era un testaferro encargado de sus negocios sucios. En realidad la desilusión debe haber sido absoluta. No dudo de que hayan acudido al Registro de la Propiedad y verificado que éste es un monotributista que sólo posee una casa prefabricada de fin de semana en una provincia y un automóvil. Otra pedrada sin eficacia.
Alertada la víctima por el llamado del banco extranjero y en pleno trámite de transferir el dinero de la cuenta al país en forma perfectamente legal, se mantenía atenta acerca de la posibilidad de manipulación deformadora de esta información, lo que llegó el día viernes, con el adelanto por recado de la noticia de que el sábado explotaría sobre ese hecho un segundo escándalo. Con seguridad que el banco no suministró información y la prensa amarilla volvió a proyectar su propia inmoralidad y presumió que había una cuenta oculta o una suma enorme e inexplicable de dinero. Por tal motivo el hostigado le abortó la maniobra con una conferencia de prensa en Santa Fe y expuso públicamente lo referente a la cuenta y a la actitud discriminatoria del banco. La prensa amarilla de inmediato desmontó el operativo del segundo escándalo.
Un periodista publicó la falsa noticia de que la víctima había mantenido en la Casa de Gobierno una reunión de alto nivel con ministros del Poder Ejecutivo. Esto tenía toda la intención de provocar una justificada indignación de la dirigencia política opositora contra el hostigado. Afortunadamente éste la pudo desmentir públicamente de inmediato y en general la actitud de los políticos fue sumamente mesurada y prudente.
Como parte del hostigamiento, un sujeto usó el nombre del hostigado en Twitter y después de enviar varios mensajes divulgó la noticia de que había renunciado, lo que desconcertó incluso a algún dirigente político y provocó una catarata de llamadas al tribunal y al interesado, creando mayor zozobra y tensión entre las personas que lo rodeaban en su trabajo y en su domicilio.
Provocada una reacción masiva de repudio contra la prensa amarilla, un diario publicó la noticia de que las muestras de apoyo y solidaridad del exterior son obtenidas por medio de una gestión oficial. El supuesto gestor oficial es absolutamente desconocido en todos los medios académicos y universitarios del exterior.
Un comunicador excedió el marco del poder mediático emplazando al hostigado a que comparezca ante alguno de los medios para los que trabaja a dar explicaciones, porque de lo contrario debería darlas en el Congreso de la Nación, exigencia curiosa y extraña por cierto, considerando que quien la formula carece de toda función pública o de representación popular.
La prensa amarilla, frente al desprestigio que le provocó una solicitada de numerosos periodistas de diferentes medios y colores, trató de descalificarla afirmando que una de las firmas correspondía a un periodista que no había autorizado su inclusión en la solicitada. Resultó ser la de un periodista homónimo.
Ante el fracaso de la lapidación frente a la reacción masiva de repudio, la prensa amarilla trató de poner distancia del hecho, afirmando que sólo se limitó a tomar una noticia de otro medio; lo cierto es que el otro medio es un diario que alcanza el punto máximo de impudicia e ictericia y que pertenece a la misma empresa. Esto puede obedecer a la tentativa de evitar una demanda civil, aunque no parece que le preocupe demasiado; cabe pensar que su preocupación finca en el repudio general y profesional y, en definitiva, en el ridículo, del que –como alguien dijo– no se vuelve.
Como ya no quedaba nada que aclarar ni agregar, un diario difunde supuestos enfrentamientos o malestares en el seno del tribunal, información que parece proceder de un personaje de triste figura y facies inexpresiva, que por lo general comunica trascendidos insólitos (usualmente llamados chismes) y que deambula escondiéndose detrás de las columnas del Palacio de Justicia.
- Objetivos de la agresión. Como las motivaciones que mueven a los lapidadotes no son las mismas, tampoco los objetivos coinciden: unos buscan destruir psíquicamente al hostigado, dese-quilibrarlo para que reaccione de modo erróneo, sorprenderlo en esa reacción y mostrarla como confirmación de su inadecuación a los reclamos del rol. Pero otros pueden buscar objetivos menos personales y más concretos: 1) obtener su alejamiento de la función y el desprestigio institucional; 2) inferirle el mayor daño posible; 3) generar una confusión política en medio de una campaña electoral; 4) provocar un enfrentamiento con los colegas del tribunal y desarmar la armonía y respecto que debe primar entre ellos; 5) desarmar el prestigio internacional de la víctima y anular su palabra en los foros extranjeros; 6) o simplemente causar confusión y afectar la vida democrática del país hasta donde les fuese posible.
- Razones por las que no fueron alcanzados los objetivos. Las razones por las que la lapidación no obtuvo el efecto deseado son varias, poniendo de manifiesto que la construcción mediática tiene límites.
En efecto: Si bien existió un problema de consorcio, la vinculación del hostigado con este problema nunca pasó de la firma de las escrituras traslativas de dominio de los inmuebles en que se practicaba, dado que no los administraba y tampoco firmaba los contratos de locación, todos a precios de plaza, nunca conoció a los inquilinos y en muchos casos ni siquiera los inmuebles. Como todo esto está perfectamente documentado, el hostigado no fue golpeado en su estabilidad emocional.
Por otra parte, las denuncias de trata de personas y de lenocinio no parecen tener fundamento en los hechos, pues hasta el momento lo que parecería haberse producido es la desnaturalización de los contratos de locación por violación de la prohibición de subalquilar y por la violación del reglamento de copropiedad en caso de eventuales molestias producidas por los subinquilinos.
Las afirmaciones de una diputada no han resultado fundadas y, además, ha admitido que conocía los hechos desde hace dos años, sin que lo notificara al hostigado, lo que indica su clara intención de reservarse la información y provocar el escándalo por la prensa amarilla durante la campaña electoral. La versión lapidaria no resulta convincente porque no puede mostrar cuál es la supuesta ventaja que alguien puede obtener de alquilar inmuebles al precio de plaza para que se ejerza la prostitución, cuando los puede alquilar al mismo precio para otro objetivo que no le acarrease problemas.
Menos aún lo hay para creer que un profesional que puede retirarse a la actividad privada y ejercer la profesión con buenos honorarios, incluso pagados por algunos de los que lo imputan (que lo quisieran a veces como abogado), emprenda una actividad absurda con su nombre y apellido y sin que le aporte ninguna renta mayor de la corriente.
Pero si bien la construcción de la realidad intentada excedía los límites de las posibilidades de ésta por inverosimilitud, en cuanto al hostigamiento lo que impidió que se alcanzase alguno de los posibles objetivos en el caso fue que el hostigado no carecía de experiencia política y mediática. Si el hecho se hubiese concretado contra una persona sin esa mínima experiencia, hubiese sido imposible evitar alguno de los objetivos dañinos propuestos. En síntesis: Por un lado se verifica que la construcción de realidad tiene el límite de la alucinación: una ilusión puede llegar a tener éxito, pero una alucinación nunca puede tenerlo. Por otro lado, se prueba que el hostigamiento tiene el límite que le pone la personalidad y la experiencia de la víctima.
- Consecuencias sociales del hecho. Evaluando el hecho en cuanto a sus consecuencias sociales negativas, podemos señalar tres diferentes niveles de efectos.
En el plano comunicacional, la generalización de esta metodología de hostigamiento crearía el grave riesgo de estimular a los que en toda sociedad tienen vocación de inquisidores para que un buen día impulsen una ley mordaza. Esto debe evitarse a cualquier precio; la única ley de prensa tiene ciento cincuenta y ocho años y es muy buena: es la Constitución nacional. No sólo no se necesita sino que es menester rechazar terminantemente cualquier intento de otra ley de prensa acerca de contenidos. El amarillismo no se combate con censura, sino con definiciones. Se lo combate evitando que los medios serios se mezclen con el amarillismo, aunque eso pueda arrojar algún rédito pasajero e inmediato. Esa mezcla venenosa debilita la credibilidad de los medios y fortalece a los partidarios de la censura.
Una vez aislado de los medios serios, el amarillismo no molesta, pues al igual que la pornografía tiene un público cautivo y hace su negocio, sucio pero tolerable, porque su público sabe lo que lee (este es el otro aspecto que lo asemeja a la pornografía).
En lo político, la generalización de estos hechos puede llevar a la opinión la impresión de que en la política y en la función pública nadie está limpio, que todos los candidatos son sucios, que todos se mueven por intereses bastardos, que no hay ideales ni vocación de servicio. Eso es la antipolítica y ésta es el campo de cualquier aventurero extrasistema y siempre fue el preludio de todas las dictaduras, con costos invariablemente muy altos para los pueblos.
En lo antropológico no puedo dejar de observar que para intentar destruir psíquicamente a una persona se requiere una pulsión de odio tan brutal que en otras condiciones se materializaría en forma directamente destructiva en el plano físico. Me pregunto qué mueve semejante pulsión destructiva. ¿Qué genera o motiva semejando grado de odio? Y llego a la conclusión de que en el fondo es el afán crematístico y de poder. Poder y dinero es la clave. ¡Son locos! ¡Están alienados! Han alcanzado un grado tal de alienación que olvidan el viejo adagio popular: no hay mortaja con bolsillo. Si es que ya no lo tienen, reunirán el dinero que les alcance para vivir muchas vidas, pero no los vivirán, porque hay una sola y única vida, con límite infranqueable. Quizás esta afirmación sea demasiado existencialista y, por ende, resulte un poco pasada de moda, pero no puedo dejar de llamar a la reflexión desde esta perspectiva frente a semejante grado de alienación.
Un día todos podemos estar en la cama de un hospital mirando al techo sin saber si mañana o dentro de un rato lo podremos ver. ¿Qué consolará a estas personas en ese momento? Se han olvidado que todo ser humano que nace es ya suficientemente viejo como para morir y mañana mismo podemos no estar. El afán crematístico les borra la conciencia hasta ese límite; Tánatos los domina por completo. Por suerte son los menos, porque de lo contrario la especie humana no tendría futuro y yo creo que lo tiene. La humanidad no está representada por ellos: prueba es la presencia de todos ustedes.

8/8/11

LA CRIMINOLOGIA MEDIATICA (TRES)


Desde el jueves 26 de mayo de 2011 el Diario Página 12 de Buenos Aires publicó semanalmente una serie de 25 entregas donde Raúl Zaffaroni, miembro de la Corte Suprema de Justicia de la República Argentina, junto las ilustraciones de Miguel Rep, despliega una mirada alternativa sobre los temas más polémicos relacionados con la delincuencia, la seguridad, el derecho, el poder punitivo, la figura del Estado gendarme y el rol de los medios. 
En el fascículo 18 se sigue desarrollando el tema de la criminología mediática con especial interes en el rol de los políticos. 

Los movimientos políticos de restauración del Estado de bienestar actuales no son inmunes a la criminología mediática y suelen caer en sus juegos. Esto se traduce en una permanente ambivalencia frente al fenómeno: da la sensación de que no saben manejarse frente a la agresión que llevan adelante los partidarios del Estado spenceriano.
Los políticos no conocen otra criminología que la mediática. Por eso, frente a los embates de ésta, responden conforme a su discurso de causalidad mágica y, para demostrar que están preocupados por la seguridad, caen en la trampa de plegarse a sus exigencias. De ahí la adopción de medidas paradojales: autonomizan las policías, las dotan del poder de practicar golpes de Estado más o menos encubiertos cuando se las priva de fuentes de recaudación, sancionan leyes descabelladas, piden castigos para los jueces, etc.
Si bien algunos políticos hacen esto por oportunismo o por ideología autoritaria, no estamos ante una mayoría. Sostener lo contrario es caer en la antipolítica, y esto es lo mismo que anhelar una dictadura.
Los políticos desconcertados suelen creer que con concesiones contendrán el embate de la criminología mediática, pero en realidad corren serios riesgos de desdibujar su propia identidad ideológica. Y cuando en la política-espectáculo los personajes terminan pareciéndose demasiado, se abre el espacio para que la criminología mediática enarbole su bandera de la antipolítica.
La criminología mediática no tiene límites, va en un crescendo infinito y acaba reclamando lo inadmisible: pena de muerte, expulsión de todos los inmigrantes, demolición de los barrios precarios, desplazamientos de población, castración de los violadores, legalización de la tortura, reducción de la obra pública a la construcción de cárceles, supresión de todas las garantías penales y procesales, destitución de los jueces, etc.
El público reclama cada vez mayor represión por efecto de una criminología mediática que no es fácil detener, porque responde a demasiados intereses generados por ella misma, como todas las industrias de seguridad. Sin contar con que es muy difícil desviar hacia otras actividades la inmensa mano de obra ocupada en estos servicios, que son casi tres millones de personas.
La criminología mediática ha logrado que los Estados Unidos tengan más de dos millones de presos. ¿Alguien cree seriamente que un país puede albergar más de dos millones de personas dispuestas a asesinar? Nadie con cierta experiencia judicial puede leer muchos expedientes sin reprimir la sensación de que, fuera del círculo de autores violentos –y aun entre éstos– cada condenado parece más tonto y torpe que otro.
En definitiva –y, por supuesto, sin subestimar el daño que causan–, creo que en la enorme mayoría de los casos estamos prisionizando a torpes desconcertados y no a quienes eligieron en plenitud. Por el peso de la criminología mediática se llenan las cárceles con un tercio de personas sin condena, o sea, con torpes cuyo delito no ha sido probado.
Es una verdad de Perogrullo que para bajar los niveles de violencia en una sociedad es necesario motivar conductas menos violentas y desmotivar las más violentas. Fijado este objetivo estratégico, es necesaria una táctica basada en las técnicas de motivación de comportamientos. Lo curioso es que en otras áreas nadie pretende hacerlo con pensamiento mágico, sino con las mejores y más depuradas técnicas.
En cambio, sí se apela a una causalidad mágica cuando la sociedad quiere motivar conductas menos violentas y desmotivar las más violentas. En ese caso la ciencia social no tiene espacio y cada uno opina según el pensamiento mágico. Los simplismos más groseros y las hipótesis más descabelladas se retroalimentan entre la televisión, la mesa del café y las decisiones políticas.
La criminología mediática no puede eludir la necesidad de vestirse de científica y, para eso, convoca a sus expertos. En esto hay considerable diferencia entre norte y sur de nuestro planeta.
En el sur, la gran mayoría de los expertos de nuestra criminología mediática hablan de lo que saben (organización policial, dificultades de investigación, mejora del proceso, diagnóstico de algún caso particular) hasta que en un momento el conductor de tal o cual programa los interroga sobre el aumento del delito, de la criminalidad, las causas del delito, los factores sociales, si la droga tiene mucho que ver, si la liberación sexual tiene incidencia, si la desintegración de la familia pesa, si “esto” se arregla con planes sociales, con mayores penas… En otras palabras, les formula preguntas que sólo un criminólogo podría responder recién después de analizar investigaciones de campo que no se realizan en el país, porque no se les destina un mísero peso.
Ante la pregunta del conductor, el experto no puede dejar de responder. Allí es donde se produce el llamado “rizo de retroalimentación”: el experto reproduce el discurso de la criminología mediática; habla de lo que sabe y luego de lo que cree obvio (que, de hecho, es la realidad construida mediáticamente). Esto dota de autoridad científica a la criminología mediática.
En el norte las cosas son un poco diferentes… El enorme desarrollo alcanzado por el sistema penal norteamericano produjo expertos que integran el think-tank de la derecha made in USA, que venden bastante bien y que generan la industria de conferencias pagas, los suculentos derechos de autor, las entrevistas televisivas.
Los best seller criminológicos norteamericanos se comentan en generosos espacios de diarios que se suponen serios, dando lugar a una verdadera industria de fabricación de embustes criminológicos que se venden en los aeropuertos, junto a las novelas policiales y a las revistas pornográficas en sobre sellado. Todos ellos proyectan la imagen del crimen como un fenómeno individual. Para eso publicitan muchísimo las novedades de los biólogos y genetistas, pero terminan incurriendo en una confusión que no hace más que ocultar un renacimiento del peor reduccionismo biológico.
En líneas generales concurren cuatro actitudes diferentes: a) por un lado, la estafa científica de algunos escribidores; b) por otro, la ingenuidad de algunos científicos serios, que no son capaces de reconocer los límites de sus propios conocimientos, o sea, que saltan de la biología a la filosofía sin escalas; c) a todo eso se suma la ideología burdamente racista de algunos científicos y d) por último, el horrible guiso que cocinan los comunicadores o formadores de opinión mezclando todo lo anterior para reforzar la imagen puramente individual del crimen que proyectan como único riesgo social.
El reduccionismo biológico nunca desapareció del todo y el riesgo de su renacimiento –con amplia cobertura mediática– no puede subestimarse. Hasta no hace muchos años la ciencia apresurada tuvo gravísimas consecuencias letales, aunque también en su tiempo muy publicitadas.

Fuente: http://espectadores.wordpress.com

Estos son los links para bajar la colección en formato .pdf:
La cuestión criminal. Fascículos 1 al 8
La cuestión criminal. Fascículos 9 al 16
La cuestión criminal. Fascículo 18
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3/8/11

LA CRIMINOLOGIA MEDIATICA (DOS)


Desde el jueves 26 de mayo de 2011 el Diario Página 12 de Buenos Aires publicó semanalmente una serie de 25 entregas donde Raúl Zaffaroni, miembro de la Corte Suprema de Justicia de la República Argentina, junto las ilustraciones de Miguel Rep, despliega una mirada alternativa sobre los temas más polémicos relacionados con la delincuencia, la seguridad, el derecho, el poder punitivo, la figura del Estado gendarme y el rol de los medios. 

En el resumen del capítulo 17 se respeta la división en tres secciones que Zaffaroni eligió para la versión impresa: 

1) La criminología mediática y la víctima-héroe

La criminología mediática actual se importa de Estados Unidos. Nuestra región, en cambio, carece de las condiciones necesarias para mantener a dos millones de personas presas y para bajar el desempleo mediante los servicios de vigilancia institucional. Por lo tanto, los efectos políticos difieren totalmente.
En el hemisferio norte la criminología mediática refuerza la política de prisionización de negros y latinos, y en Europa la expulsión de extracomunitarios. Pero en América Latina es imposible prisionizar a todas las minorías molestas –que tampoco son tan minorías–, con lo cual la venganza estimulada hasta el máximo se traduce en 1) mayor violencia del sistema penal; 2) peores leyes penales; 3) mayor autonomía policial con la consiguiente corrupción y riesgo político; 4) vulgaridad de políticos oportunistas o asustados; 5) reducción a la impotencia de los jueces.
A la criminología mediática no le interesan la frecuencia criminal ni el grado de violencia en una sociedad, porque en realidad no le importan los criminales ni sus víctimas. Por eso envía el mismo mensaje desde México (con más de cuarenta mil muertos en cinco años) hasta Uruguay (con un índice casi despreciable de homicidios dolosos), desde Centroamérica con las maras y los sicarios (como los que mataron a Facundo Cabral) hasta una esquina suburbana de Buenos Aires con los pibes tomando cerveza y fumando porro.
Entre otras cosas, la criminología mediática oculta al público la potenciación del control reductor de nuestra libertad. Al crear la necesidad de protegernos de Ellos, justifica todos los controles estatales –primitivos y sofisticados– para proveer seguridad. No lo olviden: lo que al poder punitivo le interesa no es controlarlos a ellos, sino a controlarnos a nosotros.
El miedo a un objeto temible es positivo: filogenéticamente condicionado, sirve para la supervivencia. En este sentido, el miedo a la victimización es normal cuando es proporcional a la magnitud del riesgo. Pero cuando se cree que un solo objeto es la única fuente de todos los riesgos y no hay otros, el miedo consiguiente deja de ser normal.
Este miedo anormal deja de cumplir su función de supervivencia cuando no les asigno importancia a los otros riesgos, y entonces me comporto temerariamente frente a ellos. Así, me cuido del robo y no me percato de que en mi propio hogar aumenta la violencia, o todos violamos la luz roja del semáforo de la esquina o, lo que es más grave, pido más vigilancia y cuando quiero darme cuenta los que me vigilan me secuestran.
La criminología mediática latinoamericana tiene una particular preferencia por los shows que enfrentan a algunas víctimas con los responsables de la seguridad (policías, políticos y si puede algún juez). Este espectáculo fija en el imaginario colectivo la peligrosa idea de que el Estado debe ser omnipotente, capaz de prevenir hasta los delitos y accidentes más patológicos e imprevisibles, que ningún país del mundo puede evitar.
Quien no ratifica lo que las víctimas o sus deudos expresan es estigmatizado como tibio, peligroso y encubridor, además de insensible al dolor ajeno.
En algunos casos, la criminología mediática da con la víctima ideal, capaz de provocar identificación en un amplio sector social. En tal caso la convierte en vocera de su política criminológica, y la consagra como víctima-héroe.
A la víctima-héroe se le hace reclamar represión por vía mágica y se prohíbe responderle, pues cualquier objeción se proyecta como irreverente frente a su dolor. Ante el peso de la presión mediática, son pocos los que se animan a desafiarla y a objetar sus reclamos. Los que más se amedrentan son los políticos que, desconcertados, tratan de ponerla de su lado redoblando apuestas represivas y descalificando a los jueces.
Cuando este proceso se agudiza, la víctima-héroe se vuelve inmostrable por disfuncional. En ese momento la criminología mediática la abandona e ignora hasta silenciarla por completo, sin importarle el daño psíquico que le ha provocado al interrumpirle la elaboración del duelo. La trata como a una cosa que usa y arroja cuando deja de resultarle útil.

2) La criminología mediática como reproductora

La criminología mediática se atrinchera en su causalidad mágica. Ni siquiera admite sospecha alguna sobre su propio efecto reproductor del delito estereotipado funcional, que le resulta imprescindible para sostener su mensaje e infundir el pánico moral.
Al mensaje contra la pretendida impunidad cuando las cárceles están superpobladas, el ciudadano común lo percibe como un mensaje de miedo. En cambio, las personalidades frágiles de los grupos de riesgo lo entienden como una incitación pública al delito: “delincan pues hay impunidad”.
Hace pocos años, un horrible homicidio múltiple de un matrimonio y su hijo menor en Italia dio lugar a un reforzamiento del estereotipo del albanés asesino, del cual la hija sobreviviente llegó incluso a hacer un identikit. La sorpresa fue grande cuando se descubrió que la autora era la hija ayudada por su novio… En estos casos la criminología mediática enmudece.
Es sabido que el criminal que desafía al poder causa fascinación. De hecho, siempre los grandes criminales han desatado pasiones, sobre todo si son jóvenes y más o menos hermosos.
Socialmente no es nada saludable fomentar esa fascinación, pero la criminología mediática lo hace y hasta último momento los muestra duros, masculinos, impávidos ante la muerte, parecidos a los héroes de la series. Si de prevenir el delito se trata, éste no parece el mejor método.

3) La criminología mediática y la política

En términos generales, la criminología mediática impulsa la tendencia a un estado autoritario cuyo modelo desemboca en un fortalecimiento policial que a su vez refuerza la autonomización de las corporaciones policiales, lo cual se traduce en arbitrariedad, y en la participación de la propia autoridad preventiva en la comisión de delitos. También en el aumento de la llamada “criminalidad organizada”, en la pérdida de control gubernamental, en la ineficacia creciente de la prevención de delitos graves, en la corrupción de autoridades políticas, en la tolerancia burocrática judicial o directa corrupción, en el debilitamiento o supresión de todos los controles democráticos, etc.
El pánico moral se produce cuando los medios que suministran la información supuestamente seria dedican muchos más minutos de televisión al homicidio del día, cuando los diarios de igual naturaleza dedican muchos más metros cuadrado de papel a lo mismo y trasladan la noticia roja a la primera plana, cuando más expertos son entrevistados y ante más gestos de resignada impotencia o reclamos de reforma a la ley con voz ahuecada de escuela de teatro muestran los comunicadores.
Nada de esto tiene que ver con la frecuencia real de la violencia criminal.
Las dictaduras juegan al máximo con la falsa idea de que sacrificando libertad se obtiene seguridad y orden. Así seducen a las personalidades más estructuradas e inseguras frente a cualquier cambio.
En las sociedades democráticas, la criminología mediática alterna entre colocar a la seguridad en el centro del debate político (y así incidir en la decisión electoral) y limitarse a mostrar un Ellos contenido (la guerra sigue, pero sin peligro inminente). Tampoco falta la ocasión de ataque generalizado a la política misma, mostrándola como mezquina y enfrascada en discusiones inútiles que además descuidan la vida de los ciudadanos.
Esto último es la antipolítica, eje central de los totalitarismos de entreguerras, que sostenían sus regímenes de partido único con la afirmación de que el pluralismo político era un fraccionamiento debilitante de la nación.
En alguna medida, la criminología mediática parece aspirar a que la interacción humana sea siempre mediada por la televisión. De allí el desconcierto y el desagrado frente a cualquier manifestación o celebración masiva no convocada por ella misma: cuanto menos se reúnan las personas, menos se comunicarán, menos oportunidades tendrán de reflexionar y por tanto de tomar conciencia de otra realidad.
Hoy la política asume en la región formas que muchas veces difieren de los populismos pasados. Sin embargo, cada vez que en alguno de nuestros países surgen movimientos o partidos que postulan seriamente la ampliación de la ciudadanía real mediante la incorporación de nuevas capas sociales, la criminología mediática aumenta su espacio y estridencia. La táctica völkisch y el consiguiente pánico moral forman parte del arsenal destinado a derrotarlos.
La criminología mediática actual forma parte del desbaratamiento del programa de Roosevelt, o sea, del Estado de bienestar. En la Argentina estalló con el retorno a la constitucionalidad, cuando el Estado de bienestar ya no podía ser demolido en base a dictaduras militares.
La criminología mediática no es producto espontáneo de las estrellas de la comunicación televisiva que muestran sus rostros de serios formadores de opinión y de custodios de la seguridad urbana, sino que éstos son el subproducto de intereses financieros mediatizados por las empresas comunicacionales. El fenómeno es mundial y la preocupación también: no perdamos la dimensión planetaria del problema.

Fuente: http://espectadores.wordpress.com

1/8/11

LA CRIMINOLOGIA MEDIATICA (UNO)


Desde el jueves 26 de mayo de 2011 el Diario Página 12 de Buenos Aires publicó semanalmente una serie de 25 entregas donde Raúl Zaffaroni, miembro de la Corte Suprema de Justicia de la República Argentina, junto las ilustraciones de Miguel Rep, despliega una mirada alternativa sobre los temas más polémicos relacionados con la delincuencia, la seguridad, el derecho, el poder punitivo, la figura del Estado gendarme y el rol de los medios. 

Comparto con Uds. un resumen del capítulo 16 donde se comienza a analizar la variable mediática.

Las personas que a diario transitan las calles y toman el ómnibus y el subte junto a nosotros tienen la visión de la cuestión criminal que construyen los medios de comunicación (en otras palabras, se nutren –o padecen– de la llamada “criminología mediática”). Ahora bien, ¿por qué aceptan o están indefensas ante esta construcción de la realidad? Porque de ese modo bajan el nivel de angustia que genera la violencia difusa.
La criminología mediática siempre apela a una creación de la realidad a través de información, subinformación y desinformación en convergencia con prejuicios y creencias, y basada en una etiología criminal simplista asentada en la “causalidad mágica”. Aclaremos que lo mágico no es la venganza, sino la idea de una causalidad canalizada contra determinados grupos humanos, que en términos de la tesis de René Girard se convierten en chivos expiatorios.
Esta característica es inalterable. En cambio, varían mucho la tecnología comunicacional (desde el púlpito y la plaza hasta la televisión y la comunicación electrónica) y la personificación de los chivos expiatorios.
El aspecto central de la versión actual de la criminología mediática proviene del medio empleado: la televisión. Por eso, cuando decimos “discurso” es mejor entender “mensaje”, en consonancia con la imposición de imágenes.
Los críticos más radicales de la televisión son Giovanni Sartori y Pierre Bourdieu. Para el primero, una comunicación por imágenes siempre se refiere a cosas concretas, pues eso es lo único que pueden mostrar las imágenes. En consecuencia, el receptor es instado en forma permanente al pensamiento concreto, lo cual debilita su entrenamiento para el pensamiento abstracto.
El gancho de la comunicación por imágenes está en que impacta en la esfera emocional. A veces la imagen ni siquiera necesita sonido (la del 11 de septiembre era muda), sólo hablaba el intérprete. Por otra parte, tampoco informa mucho porque prescinde del contexto: es como si nos cortaran pedazos de películas y los mostraran aislados del resto del film.
Además, no siempre se percibe lo que se mira. En el libro El gorila invisible (sin ninguna alusión política) dos psicólogos norteamericanos demostraron que, puestos a ver la filmación de un partido para contar el número de pases, el 50% de los participantes en el experimento no registró que una persona disfrazada de gorila entraba al campo de juego y saludaba.
Además la interpretación recurre a un lenguaje empobrecido (se dice que la TV no usa más de mil palabras, cuando podemos llegar a usar unas treinta mil), y también a veces a contenidos implícitos (porque la corrección política impide que sean explícitos). En este último caso se insinúa mucho, dando la impresión estudiada de que se deja ver, lo cual halaga la inteligencia del destinatario que cree deducir el contenido implícito (¡qué vivo soy!) cuando en realidad es víctima de una alevosía comunicacional.
La criminología mediática crea la realidad de un mundo de personas decentes frente a una masa de criminales identificada a través de estereotipos. Así configura un ellos separado del resto de la sociedad, por ser un conjunto de diferentes y malos. Este ellos perturbador se construye por semejanzas, para lo cual la TV es el medio ideal pues juega con imágenes.
El mensaje es que el adolescente de un barrio precario que fuma marihuana o toma cerveza en una esquina mañana hará lo mismo que el parecido que mató a una anciana a la salida de un banco. Por ende, hay que separar de la sociedad a todos ellos y si es posible eliminarlos.
Este ellos se construye sobre bases simplistas, internalizadas a fuerza de reiteración y bombardeo de mensajes emocionales mediante imágenes: indignación frente a algunos hechos aberrantes (no a todos, sino sólo a los de los estereotipados); impulso vindicativo por identificación con la víctima (no con todas las víctimas, sino sólo con las de los estereotipados y si es posible ajenas a ese grupo, pues en tal caso se considera una violencia intragrupal propia de su condición inferior: se matan porque son brutos).
La criminología mediática no la emprende contra asesinos, violadores y psicópatas, pues éstos siempre fueron y serán condenados a penas largas en todo el mundo. Su objetivo es el ellos poroso de parecidos, que abarca a todo un grupo social joven, adolescente y, en el caso de New York, negros.
Identificados ellos, todo lo que se les hace es poco. Es más, según la criminología mediática, no se les hace casi ningún daño: todo es generosidad, buen trato e inútil gasto para el Estado, que se paga con nuestros impuestos.
Implícitamente este discurso reclama muerte. De vez en cuando la exigencia se hace explícita cuando algún desubicado viola los límites de la corrección política (aunque es rápidamente disculpado por el “exabrupto emocional”).
La criminología expresa su necrofilia en su vocabulario bélico, instigando a la aniquilación, que en ocasiones se concreta con fusilamientos policiales. Cuando se pretende encubrirlos, se esgrime en forma automática los supuestos datos del estereotipo: frondoso prontuario, cuantiosos antecedentes, drogado .
La efebofobia se manifiesta en todo su esplendor. En nuestra región, escuadrones de la muerte y vengadores justicieros completan el panorama de las penas de muerte sin proceso. Basta mirar las estadísticas para verificar que son muchos los países donde hay más adolescentes muertos por la policía que víctimas de homicidios cometidos por adolescentes.
La criminología mediática naturaliza estas muertes; incluso llega a disfrazar a los fusilamientos de enfrentamientos. Los presenta como episodios bélicos contra el crimen, donde el cadáver del fusilado es mostrado como signo de eficacia preventiva, como el soldado enemigo muerto en la guerra.
La criminología mediática asume el discurso de la higiene social: ellos son las heces del cuerpo social. Continuando el razonamiento –que aquí suele interrumpirse–, resultaría que este producto normal de descarte debe canalizarse mediante una cloaca: el sistema penal.
En cualquier cultura la causalidad mágica es producto de una urgencia de respuesta. Esto no obedece a desinterés por la causalidad, sino justamente a la urgencia por hallarla. En la criminología mediática sucede lo mismo: debe responderse ya; lo opuesto es prueba de inseguridad.
De esta manera, la criminología mediática reclama una respuesta imposible, porque nadie puede impedir lo ocurrido. Frente a la inevitabilidad del pasado la única respuesta es la venganza. Como es intolerante, la urgencia no admite la reflexión y ejerce una censura inquisitorial, pues cualquier tentativa de invitar a pensar es rechazada y estigmatizada como abstracta, idealista,teórica, especulativa, alejada de la realidad, ideológica, etc.
Esto se compadece a la perfección con la televisión, donde cualquier comentario más elaborado en torno de la imagen se considera una intelectualización que quita rating.
La urgencia de respuesta concreta y coyuntural lleva a dos grandes contradicciones etiológicas, pues por un lado atribuye la criminalidad a una decisión individual y por otro estigmatiza a un conjunto con caracteres sociales parecidos. Además, proclama una confianza absoluta en la función preventiva disuasoria de la pena, pero al mismo tiempo promueve la compra de todos los medios físicos de impedimento y defensa.
La criminalidad mediática nos convierte a todos en consumidores de la industria de la seguridad y en pacíficas ovejas que no sólo nos sometemos a las vejaciones del control sino que incluso las reclamamos.
Para el pensamiento mágico de la criminología mediática, la guerra contraellos choca con el obstáculo de los jueces, su blanco preferido. De hecho, se da un banquete cuando un excarcelado o liberado transitorio comete un delito grave, lo cual provoca una maligna alegría en los comunicadores.
Las garantías penales y procesales son para nosotros, y no para ellos, que no respetan los derechos de nadie. Ellos, los estereotipados, no tienen derechos porque matan. No son personas: hay que dejarlos adentro.
Los politicastros sin muchas ideas impulsan juicios políticos contra los jueces para obtener su espacio gratuito de publicidad reforzando la causalidad mágica. Ésta misma también impulsa las reformas legales más desopilantes, porque la imagen transformada en ley también es una cuestión mágica.
La criminología mediática se alimenta de noticias, pero principalmente de entretenimientos que banalizan los homicidios y de la idea de un mundo en guerra. En un día de televisión vemos más asesinatos ficcionales que los que tienen lugar en la realidad durante un año en todo el país. En la pantalla son cometidos con una crueldad y violencia que casi nunca se da en la realidad.
Además, siempre hay un héroe que termina haciendo justicia, por lo general dando muerte al criminal, y que cualquier psiquiatra lo calificaría de psicópata. No tiene miedo, es hiperactivo, ultrarresistente, hiposensible al dolor, aniquila al enemigo sin trauma por haber dado muerte a un ser humano, es hipersexual, impone su solución violenta a expensas del burócrata que obstaculiza con formalidades (un juez, un fiscal o un policía prudente).
Estas series trasmiten la certeza de que el mundo se divide entre buenos y malos y que la única solución a los conflictos es la punitiva y violenta. No hay espacio para reparación, tratamiento, conciliación; sólo el modelo punitivo violento es el que limpia la sociedad. Esto se introyecta tempranamente en el equipo psicológico, en particular cuando el televisor es la baby sitter.

Fuente: http://espectadores.wordpress.com

Estos son los links para bajar los primeros capítulos de la colección en formato .pdf:
La cuestión criminal. Fascículos 1 al 8
La cuestión criminal. Fascículos 9 al 16
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