Desde el jueves 26 de mayo de 2011 el Diario Página 12 de Buenos Aires publicó semanalmente una serie de 25 entregas donde Raúl Zaffaroni, miembro de la Corte Suprema de Justicia de la República Argentina, junto las ilustraciones de Miguel Rep, despliega una mirada alternativa sobre los temas más polémicos relacionados con la delincuencia, la seguridad, el derecho, el poder punitivo, la figura del Estado gendarme y el rol de los medios.
En el fascículo 18 se sigue desarrollando el tema de la criminología mediática con especial interes en el rol de los políticos.
Los movimientos políticos de restauración del Estado de bienestar actuales no son inmunes a la criminología mediática y suelen caer en sus juegos. Esto se traduce en una permanente ambivalencia frente al fenómeno: da la sensación de que no saben manejarse frente a la agresión que llevan adelante los partidarios del Estado spenceriano.
Los políticos no conocen otra criminología que la mediática. Por eso, frente a los embates de ésta, responden conforme a su discurso de causalidad mágica y, para demostrar que están preocupados por la seguridad, caen en la trampa de plegarse a sus exigencias. De ahí la adopción de medidas paradojales: autonomizan las policías, las dotan del poder de practicar golpes de Estado más o menos encubiertos cuando se las priva de fuentes de recaudación, sancionan leyes descabelladas, piden castigos para los jueces, etc.
Si bien algunos políticos hacen esto por oportunismo o por ideología autoritaria, no estamos ante una mayoría. Sostener lo contrario es caer en la antipolítica, y esto es lo mismo que anhelar una dictadura.
Los políticos desconcertados suelen creer que con concesiones contendrán el embate de la criminología mediática, pero en realidad corren serios riesgos de desdibujar su propia identidad ideológica. Y cuando en la política-espectáculo los personajes terminan pareciéndose demasiado, se abre el espacio para que la criminología mediática enarbole su bandera de la antipolítica.
La criminología mediática no tiene límites, va en un crescendo infinito y acaba reclamando lo inadmisible: pena de muerte, expulsión de todos los inmigrantes, demolición de los barrios precarios, desplazamientos de población, castración de los violadores, legalización de la tortura, reducción de la obra pública a la construcción de cárceles, supresión de todas las garantías penales y procesales, destitución de los jueces, etc.
El público reclama cada vez mayor represión por efecto de una criminología mediática que no es fácil detener, porque responde a demasiados intereses generados por ella misma, como todas las industrias de seguridad. Sin contar con que es muy difícil desviar hacia otras actividades la inmensa mano de obra ocupada en estos servicios, que son casi tres millones de personas.
La criminología mediática ha logrado que los Estados Unidos tengan más de dos millones de presos. ¿Alguien cree seriamente que un país puede albergar más de dos millones de personas dispuestas a asesinar? Nadie con cierta experiencia judicial puede leer muchos expedientes sin reprimir la sensación de que, fuera del círculo de autores violentos –y aun entre éstos– cada condenado parece más tonto y torpe que otro.
En definitiva –y, por supuesto, sin subestimar el daño que causan–, creo que en la enorme mayoría de los casos estamos prisionizando a torpes desconcertados y no a quienes eligieron en plenitud. Por el peso de la criminología mediática se llenan las cárceles con un tercio de personas sin condena, o sea, con torpes cuyo delito no ha sido probado.
Es una verdad de Perogrullo que para bajar los niveles de violencia en una sociedad es necesario motivar conductas menos violentas y desmotivar las más violentas. Fijado este objetivo estratégico, es necesaria una táctica basada en las técnicas de motivación de comportamientos. Lo curioso es que en otras áreas nadie pretende hacerlo con pensamiento mágico, sino con las mejores y más depuradas técnicas.
En cambio, sí se apela a una causalidad mágica cuando la sociedad quiere motivar conductas menos violentas y desmotivar las más violentas. En ese caso la ciencia social no tiene espacio y cada uno opina según el pensamiento mágico. Los simplismos más groseros y las hipótesis más descabelladas se retroalimentan entre la televisión, la mesa del café y las decisiones políticas.
La criminología mediática no puede eludir la necesidad de vestirse de científica y, para eso, convoca a sus expertos. En esto hay considerable diferencia entre norte y sur de nuestro planeta.
En el sur, la gran mayoría de los expertos de nuestra criminología mediática hablan de lo que saben (organización policial, dificultades de investigación, mejora del proceso, diagnóstico de algún caso particular) hasta que en un momento el conductor de tal o cual programa los interroga sobre el aumento del delito, de la criminalidad, las causas del delito, los factores sociales, si la droga tiene mucho que ver, si la liberación sexual tiene incidencia, si la desintegración de la familia pesa, si “esto” se arregla con planes sociales, con mayores penas… En otras palabras, les formula preguntas que sólo un criminólogo podría responder recién después de analizar investigaciones de campo que no se realizan en el país, porque no se les destina un mísero peso.
Ante la pregunta del conductor, el experto no puede dejar de responder. Allí es donde se produce el llamado “rizo de retroalimentación”: el experto reproduce el discurso de la criminología mediática; habla de lo que sabe y luego de lo que cree obvio (que, de hecho, es la realidad construida mediáticamente). Esto dota de autoridad científica a la criminología mediática.
En el norte las cosas son un poco diferentes… El enorme desarrollo alcanzado por el sistema penal norteamericano produjo expertos que integran el think-tank de la derecha made in USA, que venden bastante bien y que generan la industria de conferencias pagas, los suculentos derechos de autor, las entrevistas televisivas.
Los best seller criminológicos norteamericanos se comentan en generosos espacios de diarios que se suponen serios, dando lugar a una verdadera industria de fabricación de embustes criminológicos que se venden en los aeropuertos, junto a las novelas policiales y a las revistas pornográficas en sobre sellado. Todos ellos proyectan la imagen del crimen como un fenómeno individual. Para eso publicitan muchísimo las novedades de los biólogos y genetistas, pero terminan incurriendo en una confusión que no hace más que ocultar un renacimiento del peor reduccionismo biológico.
En líneas generales concurren cuatro actitudes diferentes: a) por un lado, la estafa científica de algunos escribidores; b) por otro, la ingenuidad de algunos científicos serios, que no son capaces de reconocer los límites de sus propios conocimientos, o sea, que saltan de la biología a la filosofía sin escalas; c) a todo eso se suma la ideología burdamente racista de algunos científicos y d) por último, el horrible guiso que cocinan los comunicadores o formadores de opinión mezclando todo lo anterior para reforzar la imagen puramente individual del crimen que proyectan como único riesgo social.
El reduccionismo biológico nunca desapareció del todo y el riesgo de su renacimiento –con amplia cobertura mediática– no puede subestimarse. Hasta no hace muchos años la ciencia apresurada tuvo gravísimas consecuencias letales, aunque también en su tiempo muy publicitadas.
Estos son los links para bajar la colección en formato .pdf:
La cuestión criminal. Fascículos 1 al 8
La cuestión criminal. Fascículos 9 al 16
La cuestión criminal. Fascículo 18
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