16/6/09

¿PARA QUE SIRVE LA SEMIOLOGIA?

.
Los docentes solemos recurrir en el transcurso de una clase a la pregunta ¿se entiende hasta aca?, o en su defecto ¿hay alguna duda? en el cierre de cada tema o concepto.
La respuesta, en líneas generales, suele ser un silencio que ambas partes, docentes y alumnos, asumen como una convención que refiere que "todo se entiende", pero que en la realidad quiere decir muchas cosas... todas difíciles de decir, y por ende, difíciles de entender.
Por suerte, cada tanto, nos encontramos con voces inquietas que agrupan una serie de palabras para emitir una pregunta que rompe con la puesta en escena de la clase donde "todo se entiende".
De esas pocas preguntas, ultimamente me sorprendió esta: ¿para que sirve la semiología?
Bingo!, dije, y trate de dar una respuesta solida y coherente sin morir en el intento.
Esa respuesta continua en el presente post.
Lo primero a mencionar es la diferencia entre los lineamientos que la Semiología adopta en las carreras de Comunicación, donde se aplica como herramienta para "leer" textos de los distintos formatos mediáticos-comunicacionales (prensa escrita, noticieros televisivos, videoclips), versus la Semiología de las carreras de Humanidades, más relacionada con la crítica literaria o textual...
Esta diferencia es la que Umberto Eco menciona en la introducción de "Semiótica y filosofía del lenguaje": existe una semiótica general y una semiótica aplicada.
Las semióticas generales diseñan e interpretan las condiciones de producción de sentido, los modos de producción de significación de los fenómenos sociales; mientras que las semióticas aplicadas son descripción de una gramática de producción de sentido, de una forma de funcionamiento textual (entendiendo texto en su acepción amplia).
Es obvio que en el marco de una materia relacionada con el campo de la comunicación adoptamos la acepción que entiende a la semiología como una disciplina que nos permite dar cuenta de la construcción de los fenómenos sociales partiendo de la base de entender dichos fenómenos como configuraciones significativas. Es una una mirada que permite dar cuenta de los mecanismos con los cuales, sobre materialidades diversas, damos sentido a nuestra realidad.
Un semiólogo tendría, si aceptamos estos conceptos, la responsabilidad de dar cuenta de los procesos discursivos mediante los que las diferentes culturas logran dar intelegibilidad a sus propias prácticas sociales.
Y este es el salto en calidad de los últimos treinta años, una diferencia relacionada con el tinte político, casi militante, que adopta un tipo particular de semiología preocupada por hacernos ver "mejor" al mundo, o en todo caso mostrarnos al mundo como un objeto "construido", alejándonos de la idea de lo "natural".
Si nada de lo que nos rodea en el plano social es natural, todo es construido a partir de procesos que generan sentido sobre las materialidad circundante, eso quiere decir que existe la posibilidad de "otro" mundo, de generar otro sentido...
Muchas veces he entrado en polémica con otras miradas que tildan de romántica esta posición "politizada" de la semiología. Pero sin dudas al dar cuenta de los sentidos que construye una sociedad (al advertir, atender y colaborar a comprender su dimensión plural mediante el análisis de la construcción de distintos fenómenos) ayuda a democratizarla, que no es poco.
Aunque no este escrito en ningún lado que la finalidad práctica de la semiótica sea transformar el mundo, el pensamiento crítico acerca de la realidad que implica la mirada semiológica es un modo de cambiar actitudes pasivas y de forzar, desde esa nueva mirada, una duda permanente sobre todos los valores heredados. Sin dudas Barthes, en su obra y en su vida, es un fiel ejemplo de esta posición.
A título personal, entiendo que como docente con cierta formación básica en semiótica es mi responsabilidad transmitir a los alumnos que si el sentido es un producto social y la cultura es una interacción de discursos, ellos también tienen un papel importante en su producción, en la reproducción de un orden social, ideológico.
Por todo esto tienen también una responsabilidad en sus prácticas, ya sean discursivas o no, siendo mi primera responsabilidad que asuman esta situación.

...

Roland Barthes, figura central de la escena cultural francesa en la segunda mitad del Siglo XX, fue uno de los primeros en acercar la problemática semiológica a las masas. Su hipótesis principal plantea la existencia de una relación de reciprocidad entre sentido y sociedad, considerando al sentido no como un fenómeno natural, sino como un fenómeno histórico, social y cultural.
En 1964 publica en Le Nouvel Observateur, el artículo "La cocina del sentido". En esas líneas Barthes propone que leer y observar signos sociales, como pueden ser imágenes, gestos o comportamientos, es una de las principales actividades para el hombre moderno.
La semiología plantea justamente el análisis de este mundo de los signos donde todo no habla. Estamos rodeados de estos signos, nos movemos con expectativas e hipótesis que concluimos de lo que leemos. 
Esta lectura de los signos es muy normal para nosotros, implica valores sociales, ideológicos y culturales, y es de carácter doble (la lectura literal o sentido denotado y la que da cuenta de otro sentido, el connotado). 
El autor propone entrar en la cocina del sentido, luchar contra la inocencia de los objetos, descifrar los signos del mundo y no quedarnos en lo literal. A continuación el artículo completo.


La cocina del sentido
Roland Barthes, Le Nouvel Observateur, 10 de diciembre de 1964
La cocina del sentido
Roland Barthes, Le Nouvel Observateur, 10 de diciembre de 1964
La cocina del sentido
Roland Barthes, Le Nouvel Observateur, 10 de diciembre de 1964
La cocina del sentido.

Un vestido, un automóvil, un plato cocinado, un gesto, una película cinematográfica, una música, una imagen publicitaria, un mobiliario, un titular de diario, de ahí objetos en apariencia totalmente heteróclitos.
¿Qué pueden tener en común? Por lo menos esto: son todos signos. Cuando voy por la calle –o por la vida- y encuentro estos objetos, les aplico a todos, sin darme cuenta, una misma actividad, que es la de cierta lectura: el hombre moderno, el hombre de las ciudades, pasa su tiempo leyendo. Lee, ante todo y sobre todo, imágenes, gestos, comportamientos: este automóvil me comunica el status social de su propietario, esta indumentaria me dice con exactitud la dosis de conformismo, o de excentricidad, de su portador, este aperitivo (whisky, pernod, o vino blanco) el estilo de vida de mi anfitrión. Aun cuando se trata de un texto escrito, siempre nos es dado leer un segundo mensaje entre las líneas del primero: si leo en grandes titulares “Pablo VI tiene miedo”, esto quiere decir también: “Si usted lee lo que sigue, sabrá por qué”.
Todas estas “lecturas” son muy importantes en nuestra vida, implican demasiados valores sociales, morales, ideológicos, para que una reflexión sistemática pueda dejar de intentar tomarlos en consideración: esta reflexión es la que, por el momento al menos, llamamos semiología ¿Ciencia de los mensajes sociales? ¿De los mensajes culturales? ¿De las informaciones de segundo grado? ¿Captación de todo lo que es “teatro” en el mundo, desde la pompa eclesiástica hasta el corte de pelo de los Beatles, desde el pijama de noche hasta las vicisitudes de la política internacional? Poco importa por el momento la diversidad o fluctuación de las definiciones. Lo que importa es poder someter a un principio de clasificación un enorme conjunto de hechos en apariencia anárquicos y la significación es la que suministra este principio: junto a las diversas determinaciones (económicas, históricas, psicológi-cas) hay que prever ahora una nueva cualidad del hecho: el sentido.
El mundo está lleno de signos, pero estos signos no tienen, todos, la bella simplicidad de las letras del alfabeto, de las señales del código vial o de los uniformes militares: son infinitamente más complejos y sutiles. La mayor parte de las veces los tomamos por informaciones “naturales”; se encuentra una ametralladora checoslovaca en manos de un rebelde congoleño: hay aquí una información incuestionable; sin embargo, en la misma medida en que uno no recuerda al mismo tiempo el número de armas estadounidenses que están utilizando los defensores del gobierno, la información se convierte en un segundo signo ostenta una elección política.
Descifrar los signos del mundo quiere decir siempre luchar contra cierta inocencia de los objetos. Comprendemos el francés tan “naturalmente”, que jamás se nos ocurre la idea de que la lengua francesa es un sistema muy complicado y muy poco “natural” de signos y de reglas: de la misma manera es necesaria una sacudida incesante de la observación para adaptarse no al contenido de los mensajes sino a su hechura: dicho brevemente: el semiólogo, como el lingüista, debe entrar en la “cocina del sentido”.
Esto constituye una empresa inmensa. ¿Por qué? Porque un sentido nunca puede analizarse de manera aislada. Si establezco el jean es el signo de cierto dandismo adolescente, o el puchero, fotografiado por una revista de lujo, el de una rusticidad bastante teatral, y si llego a multiplicar estas equivalencias para constituir listas de signos como las columnas de un diccionario, no habré descubierto nada nuevo. Los signos están constituidos por diferencias.
Al comienzo del proyecto semiológico se pensó que la tarea principal era, según la fórmula de Saussure, estudiar la vida de los signos en el seno de la vida social, y por consiguiente reconstituir los sistemas semánticos de objetos (vestuario, alimento, imágenes, rituales, protocolos, músicas, etcétera). Esto está por hacer. Pero al avanzar en este proyecto, ya inmenso, la semiología encuentra nuevas tareas: por ejemplo, estudiar esta misteriosa operación mediante la cual un mensaje cualquiera se impregna de un segundo sentido, difuso, en general ideológico, al que se denomina “sentido connotado”: si leo en un diario el titular siguiente: “En Bombay reina una atmósfera de fervor que no excluye ni el lujo ni el triunfalismo”, recibo ciertamente una información literal sobre la atmósfera del Congreso Eucarístico, pero percibo también una frase estereotipo, formada por un sutil balance de negaciones que me remite a una especie de visión equilibrada del mundo; estos fenómenos son constantes; ahora es preciso estudiarlos ampliamente con todos los recursos de la lingüística.
Si las tareas de la semiología crecen incesantemente es porque de hecho nosotros descubrimos cada vez más la importancia y la extensión de la significación en el mundo la significación se convierte en la manera de pensar del mundo moderno, un poco como el “hecho” constituyó anteriormente la unidad de reflexión de la ciencia positiva.     


Le Nouvel Observateur, 10 de diciembre de 1964.



.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que me podrías decir de como aplicar la semiología en nuestra vida cotidiana, como seres humanos y nuestra labor diaria como podriamos aplicarla. Gracias.

Anónimo dijo...

Muy bueno el blog Pancho, Nunca es tarde para tratar de transformar nuestras vidas,linda nota, es bueno nutrirse de cosas positivas.