19/8/09

¿TERMINA MI LIBERTAD DONDE EMPIEZA LA TUYA?

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Muchas veces escuchamos esta frase, considerada casi como un principio. Nunca vi a nadie cuestionarla. Pero, más allá de no ser cuestionada, debemos ponerla en cuestión seriamente. Es la típica libertad impulsada por el liberalismo como filosofía política.
Se trata de una comprensión individualista, del yo solo, separado de la sociedad. Es la libertad «del» otro y no «con» el otro. Para que tu libertad empiece, la mía tiene que acabar. O para que tu empieces a ser libre, yo tengo que dejar de serlo. Consecuentemente, si la libertad del otro no comienza, por la razón que sea, entonces mi libertad no tiene límites y puede expandirse como quiera porque no encuentra la libertad del otro. Ocupa todos los espacios e inaugura el imperio del egoísmo. La libertad «del» otro se transforma entonces en libertad «contra» el otro.
Esta comprensión subyace al concepto vigente de soberanía territorial de los estados nacionales. Hasta los límites de otro estado es absoluta. Más allá de esos límites es nula. La consecuencia es que ya no hay lugar para la solidaridad. No se promueve el diálogo ni la negociación, buscando convergencias y el bien común supranacional.
Por eso, la frase correcta debe ser ésta: mi libertad solamente comienza cuando empieza también la tuya. Es la inacabable lección dejada por Paulo Freire: jamás seremos libres solos; sólo seremos libres juntos. Mi libertad crece en la medida en que crece también la tuya y gestamos conjuntamente una sociedad de ciudadanos libres y solidarios.
Por detrás de esta comprensión de libertad solidaria se encuentra el principio humanista: «haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti». Nadie es una isla. Somos seres de convivencia. Todos somos puentes que se unen unos a otros. Por eso nadie es sin los otros y libre «de los» otros. Todos estamos llamados a ser libres «para» los otros y «con» los otros.
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