5/8/18

EL MENSAJE ES EL MEDIO


Uno de los efectos de leer un libro inteligente es que nos hace sentir así: inteligentes. Es un síntoma efímero e ilusorio, pero tan eficaz que -mientras dura- es contagioso. Bajo la resaca uno cree, por ejemplo, que esos tiburones de piscina llamados inversionistas son, en realidad, verdaderas bestias: si hubiesen leído Mediamorfosis (Granika Editores) se habrían dado cuenta que en Internet no tienen nada, absolutamente nada que hacer. Salvo perder plata. (aunque quizá ése es el objetivo principal del capitalismo higiénico, necesitado como está de lavar dólares. En ese caso, han leído el libro y lo han interpretado bien, lo cual inquieta).

Lo cierto es que Mediamorfosis es un ensayo que debería leer todo aquel que toque medios electrónicos digitales, especialmente si pretende hacer de ello una profesión. El autor de Mediamorfosis es Roger Fidler, un diseñador gráfico que debe excusarse en el prólogo por haber sido él -y no un periodista- quien dirigiera este didáctico proyecto financiado por el Freedom Forum y realizado por la Universidad de Nueva York durante un largo año. Hoy, Fidler dirige el experimento más serio sobre diarios electrónicos, mientras disfruta la fama de haber creado una palabra que recorre todos los debates sobre el futuro de la red.

Mediamorfosis es para Fidler la mejor manera de sintetizar el largo proceso que protagonizaron las comunicaciones en los últimos 200 años. Para él, las nuevas tecnologías son tan viejas como el capitalismo, ya que sobre ellas establece una sola diferenciación: umplagged o enchufadas.

El efecto más importante de esta mirada que propone Fidler es perder miedo y ganar información. Dos palabras claves y elementales para espantar la especulación, pero también los más absurdos vaticinios que se hacen sobre este tema. (Es una lástima que Fidler no cuente con la saga de artículos periodísticos que publicó el diario Clarín sobre el Efecto 2000 ni conozca los entredichos judiciales de la funcionaria a cargo de la cuestión, Claudia Bello, para ilustrar a sus lectores sobre quién gana cuando se pierde información.)

Su tesis -en una versión muy libre - podría sintetizarla así:

  • Internet nació como un sistema postal y con el uso se fue convirtiendo en un territorio de intercambio libre de ideas y debate de valores. A lo largo de los años y del uso, esta red anárquica se ha convertido en algo más complejo que lo originalmente pensado. 
  • La total libertad de movimientos, la falta absoluta de censura y la cantidad de temas que pueden allí abarcarse han fortalecido y favorecido su crecimiento. 
  • Pensada para transportar rápidamente mensajes de un punto a otro del planeta, su fenomenal crecimiento no lo ha dado sólo su velocidad. Ni siquiera el volumen del tráfico. Sino el contenido de sus mensajes. 
  • Qué distribuye y no cómo es ahora su clave. 
  • Un humorista americano retrató en un chiste su gran atractivo y misterio. Allí mostraba dos perros frente a una computadora. Y una sola frase: "Si sabés escribir nadie se va a dar cuenta que sos un perro". Es decir: la posibilidad de crear una personalidad es también una manera de crear una realidad propia. Saber escribir, saber pensar, es lo que nos diferencia de los perros. Aunque hoy en Internet muchos ladren.

Por supuesto que Fidler se detiene en aquel término ideado por McLuhan de aldea global (perdón Q.) con el que describía la realidad emitida por la televisión de su época, pero Fidler propone revisar de qué televisión estaba hablando McLuhan entonces.

Fidler apunta :
Hasta hace unas décadas, los contenidos de la tevé se filtraban y seleccionaban a gusto de los gobiernos y los anunciantes con el fin de promover una estilo de vida conservador y homogéneo. Esta versión light de la realidad - creadas a base de Familias Falcón, concursos, publicidades, celebridades y censuras- fue perdiendo espacio en la pantalla a manos de realitys shows, noticieros efectistas, dramas más audaces. (!hic!) 

Cita a Joshua Meyrowitz, cuando sostiene que la tevé de los últimos años sacó a luz "el mayor secreto de todos: el secreto del secreto". Es decir, reveló el juego. Muy pronto lo niños -expuestos sin filtro a todo tipo de mensajes- se dieron cuenta que los adultos conspiraban para censurar su conocimiento. Según Meyrowitz uno de los motivos por los cuales la actual generación de niños parece menos infantil es que desde temprana edad han tenido acceso a tantos secretos del mundo adulto a través de la tevé. 

Ahora bien: estos chicos crecieron. La tevé les reveló secretos, pero también les creó expectativas que no cumplió y necesidades que no explicitó. No crecieron con amor, sino con desconfianza. 

Esta desconfianza subyacente en relación a los medios es uno de los factores que contribuyen a la creciente popularización de Internet, alentada por la generación nacida después de los '60: la generación digital. 

Hijos del zapping, están acostumbrados (incluso malcriados) a una palabra clave del lenguaje digital: opción. Toda orden dada a un programa es la ejecución de una opción. Entrar o no a una página, clickear dentro de un banner publicitario, leer una noticia. Nada de esto es algo que pueda imponerse. Todo lo que puede imponer Internet apenas cabe en las mínimas medidas de una pantalla. Y aún dentro de ese humilde territorio tiene que someterse a que el usuario elija (o no) visitar sus profundidades. 

La generación digital (madre tevé/padre zapping) está acostumbrada a la mezcla y la fusión. Sabe cómo fundir mensajes procedentes de diferentes emisores y crear con esa mezcla otra cosa, que tiene algo de aquí y algo de allá, pero nada parecido a lo que -con idénticos elementos- hace el tipo de al lado. 

Pensemos en un día arquetípico de alguien que se despierta con una radio reloj y escucha -mientras abre un ojo- el pronóstico del tiempo. Mientras se afeita registra el estado del tránsito y la política. Mientras desayuna, hojea un diario. Luego, en el auto o en el colectivo recibe otra andanada de información entrecortada por bocinas y buenos días. Cuando llega al trabajo alguien le comenta lo que leyó, escuchó o vio en la tevé. Puede que incluso en su trabajo reciba un resumen de noticias o consulte Internet o charle del partido de fútbol con el vecino de escritorio. Lo cierto es que para cuando llegó la hora del almuerzo ya tiene un mix de fuentes de información a las que se expone voluntaria o involuntariamente. 

Una de las consecuencias que genera este flujo informativo es la sensación de la falta de tiempo. No solo por el ritmo que impone la vida moderna, sino por la cantidad de opciones de información que ofrece. 

Muchos especialistas aseguran que es por eso que la capacidad de atención y de paciencia están en proceso de reducción. Y una de las consecuencias directas es la declinación de un hábito: leer por placer.

Fidler señala entonces a los grandes perdedores de esta batalla: los medios gráficos. ¿Por qué?. Su respuesta es contundente: los editores de diarios y revistas no le aportan al lector promedio suficiente información relevante y atractiva como para justificar su tiempo y esfuerzo.

Para evitar este desinterés o aburrimiento, lo editores han ideado una estrategia: agregaron colores, agrandaron fotos, incluyeron gráficos, dibujos, tipografías de impacto. Efectos visuales todos que han condenado a los medios gráficos a librar la batalla en un terreno ajeno, desconocido y pobre.

Al comenzar su hilván histórico, Fidler recuerda la primera frase que escribió Samuel Morse cuando estrenó, en 1884, un mensaje por cable. Morse simplemente tecleó:

"¿Qué nos ha dado Dios?"

Es cierto que Morse desarrolló su método con la intención de "liberar a la ciudad de Nueva York de sus impurezas" y para difundir la prédica moral de su periódico El Journal of Comerce. También es verdad que el sitie más visitado de Internet hoy es el de Pamela Anderson. Sin embargo, su invento sirvió, más allá del aspecto moral, para disparar la misma reflexión que puede hacerse hoy con respecto a las nuevas tecnologías:

"Nos apresuramos mucho para construir un medio que conecte lo más rápidamente posible la ciudad de Maine con Texas, pero puede ser que Maine o Texas no tengan nada importante para comunicar".

La frase es del filósofo Henry David Thoreau, quien en 1854 y sin siquiera sospecharlo, estaba poniendo el mousse sobre una palabra clave del lenguaje digital: contenido.

Con este simple y contundente argumento, Fidler acusa a los medios gráficos de ser banales y nos alienta a ser incrédulos. Que así sea.

Fuente: lavaca.org

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