Nicholas George Carr es uno de los principales referentes a nivel global sobre las nuevas tecnologías y su impacto en áreas tan disimiles como la cultura o la economía.
Graduado en Harvard, fue editor ejecutivo de la Harvard Business Review, siendo actualmente miembro del consejo editorial de la Enciclopedia Británica.
Atrapados, su útimo libro, pertenece a la familia de ensayos que reflexionan en tono de advertencia acerca de las nocivas consecuencias del uso de la tecnología, junto a títulos como Contra el rebaño digital (Debate, 2011), de Jaron Lanier, o Superficiales (Taurus, 2012), del propio Carr, en el que hacía ver que el uso continuado de Internet afecta negativamente a nuestro pensamiento, especialmente en lo que respecta a nuestra capacidad de concentración y procesamiento de la información.
Los lectores que se acerquen con desconfianza ante la posible tecnofobia del autor deben tranquilizarse, pues Carr les proporciona un diálogo con pensadores y científicos a los que otorga voz y no se limita a desarrollar argumentos meramente alarmistas. El autor se encuentra cómodo en el tono propio del ensayo angloamericano de divulgación, que comienza con una historia personal con la que el lector pueda conectar emocionalmente —la experiencia del propio Carr adolescente al conducir un coche viejo con palanca de cambios, a pesar de las burlas de sus automatizados compatriotas— para proseguir desarrollando sus argumentos y apoyándolos con los resultados de diversos experimentos realizados en universidades prestigiosas, principalmente estadounidenses, y con citas de académicos de esas mismas universidades.
Al posicionarse en el contexto actual sin descuidar los debates de hace más de 50 años, Carr cumple con su cometido de divulgador científico, pues descubre títulos de autores poco frecuentados y genera en los lectores interés por profundizar en la historia de la preocupación sobre los efectos de la tecnología, si es que tal materia existe.
En muchos aspectos, Atrapados dialoga con textos de historia cultural como El artesano, de Richard Sennett, en el que éste se pregunta qué nos enseña de nosotros mismos el proceso de fabricar cosas concretas. Además, ambos acuden a la Hannah Arendt de La condición humana en busca de respuestas, y, finalmente, tanto Carr como Sennett acaban preguntándose qué significa ser humano.La leve sensación de esto-ya-me-lo-sé que se obtiene en algunas páginas debido a cierta insistencia en temas y argumentos queda neutralizada con lo más destacable del ensayo de Carr: su buceo por los discursos visionarios de distintas décadas de los siglos XIX y XX acerca de los peligros de la automatización, tanto en la industria como en la vida cotidiana. Carr llama nuestra atención sobre algo quizá evidente, pero que en ocasiones se nos olvida: a lo largo de la historia se han repetido los miedos ante los avances tecnológicos. Por tanto, al acudir a los argumentos de Marx, Adam Smith, Merleau-Ponty, Bertrand Russell (en su apocalíptico título de 1951: ¿Son necesarios los humanos?) o Norbert Wiener, en su libro Cibernética y sociedad (1950), logra sacarnos de estos asépticos estudios realizados en universidades contemporáneas y nos lleva a otros momentos de la historia en los que el término “automatización” era sinónimo de armatostes chirriantes.
Lo que le otorga credibilidad al texto es el hecho de que Carr nos habla desde el fango, pues él también es usuario de los últimos avances. Su preocupación principal es de índole ética: en el noveno y último capítulo, Carr rescata un poema de Robert Frost titulado Segando (Mowing),que ilustra eficazmente su miedo a que dejemos de sentir nuestras herramientas como parte de nosotros —a diferencia del vínculo entre el labriego y su guadaña, un ejemplo de lograda tecnología, en opinión de Carr— y nos volvamos sus esclavos. Nos invita también a salir de la dialéctica del amo y el esclavo en relación con los avances tecnológicos y, sobre todo, nos pide que no nos alejemos del mundo por culpa de éstos.
Aquí se echa de menos un análisis más profundo, que precisaría de otra monografía entera, acerca del vínculo afectivo que hoy desarrollamos con nuestro batallón de tabletas, ordenadores y smartphones, pero sobre todo sería pertinente conocer qué es —y dónde está— ese "mundo" al que se refiere Carr y del que teme que nos alejemos, pues parece probable que su concepción de aquél no sería exacta a la que contemplan los más acérrimos tecnófilos. Para Carr, el valor de una herramienta —y un smartphone lo es tanto como una guadaña bien afilada— no es solamente lo que es capaz de producir para nosotros, sino lo que produce en nosotros. La sutil diferencia entre estas dos preposiciones es lo que ha dado lugar a este ensayo oportuno y actual y que, al menos, genera ganas de réplica, lo cual no es poco.
Fuente: Suplemento Babelia, Diario El País, España.
Fuente: Suplemento Babelia, Diario El País, España.
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