5/9/08

CLASE DIECISIETE: AMERICA LATINA Y LAS TEORIAS DE LA COMUNICACIÓN

Dependencia y desarrollo en América Latina de Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto.

En el contexto de la guerra fría, tras el final de la segunda guerra mundial donde los EE.UU. y la Unión Soviética negocian los bloques territoriales de influencia, llegan a América Latina las políticas desarrollistas: financiadas por Washington buscaban promover estrategias modernizadoras para sacar a las sociedades atrasadas de difícil situación económica-social y poder incorporarlas al modelo occidental, basado en la democracia liberal y el capitalismo.

Los índices demográficos del sub-continente mostraban a más de la mitad de la población como analfabeta, viviendo en condiciones de pobreza e indigencia, generalmente en zonas rurales, con tradiciones culturales enraizadas con su origen: los pueblos originarios y el mestizaje que se dio a partir de la colonización española y portuguesa.

Desde la óptica del desarrollismo la pobreza se podía explicar a partir del atraso cultural. La fórmula que proponían para revertir esta situación era combinar el progreso económico con la modernización de las estructuras sociales a partir de la implantación de la cultura y las políticas económicas de los países centrales. En este contexto se acuñan eufemismos como “países en vías de desarrollo” para designar a estas naciones.

A partir de la consolidación de un gobierno comunista en el marco de la revolución cubana, y de la expectativa positiva que esto generaba en vario países de la región, los EE.UU. funda en 1961 la Alianza para el progreso, desde donde centraliza las distintas variantes de las políticas desarrollistas.


Una de sus características principales es la cooperación de las Fuerzas Armadas de los países de la región, que desde ese momento pasan a tener como hipótesis de conflicto la amenaza comunista tanto externa (extracontinental) como interna (los movimientos sociales y políticos opuestos al capitalismo).


En el plano económico se constata un fuerte flujo de inversión directa, de empresas norteamericanas, e indirecta, del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Banco Mundial.


Estas inversiones se canalizaron en infraestructura y en la introducción de tecnologías para un incipiente parque industrial del que se esperaba exportaciones de manufacturas y servicios, con el fin último de integrar a los países de la región a la economía de mercado de escala mundial.

Como contraparte a los gobiernos de la región se les impone un modelo económico con duras metas fiscales, apertura arancelaria y la recomendación de promover modelos culturales, asociados a modelos comunicacionales, que alentaran la modernización. La tarea de promoción estaba basada en la difusión que los mass media hicieran de las innovaciones y de los valores de la cultura occidental, buscando un cambio de mentalidad y la imposición de valores antagónicos: lo rural se mostraba como sinónimo del atraso y lo urbano asociado al progreso y la modernidad.

En este marco, podemos notar la impronta funcionalista del proceso: los mass media tenían reservado un papel fundamental en la idea de la modernización cultural. Los mensajes mediáticos podían introyectar, en la población indígena y campesina, los patrones y el estilo de vida propios de los países desarrollados de occidente.

La concepción difusionista suponía la neutralidad de los mass media, que solo se ocuparían de garantizar la mayor difusión posible de la información, la cultura y la educación de los EE.UU. para garantizar el desarrollo y la modernización de los pueblos latinoamericanos. Desde esta perspectiva las prácticas comunicativas, por si mismas, generaría desarrollo, independientemente de las condiciones políticas y socioeconómicas de cada país.

Paralelamente al desarrollismo impulsado por EE.UU. se constata en los ciudadanos de la región un resurgimiento de la identidad latinoamericana: la democracia, la independencia económica y la identidad cultural se instalan como temas de debate y como proyecto regional.

Es así como los aportes del funcionalismo entran en crisis a mediados de los 60 con el aporte de dos vertientes: por un lado los sectores que cuestionan la posibilidad de promover el desarrollo sin modificar las condiciones estructurales de la sociedad y por el otro los que hacen hincapié en las personas, físicas y jurídicas, propietarias de los mass media y el uso ideológico que hacen de los mismos.

En este contexto nace la teoría de la dependencia, que con una impronta economocista busca explicar la pobreza del sub-continente.

La premisa principal de esta teoría es cuestionar el desarrollo lineal que sostenían tanto el funcionalismo como el desarrollismo, que impulsaban a los países atrasados a copiar los modelos económicos y culturales de los países desarrollados para salir de la pobreza.

En cambio, esta teoría afirma que el atraso y la pobreza de los países periféricos son la otra cara de la moneda del desarrollo y el bienestar de los países centrales. La pobreza, por ende, no es una situación momentánea, o de coyuntura, sino que es estructural y permanente. Es así como esta teoría se elabora sobre el análisis de los binomios desarrollo-subdesarrollo, economías autónomas-dependientes y centro-periferia .

Se mencionan, de este modo, las nuevas formas de colonialismo y dependencia: el imperialismo económico, que viene acompañado por la penetración cultural e ideológica. De esta manera se estructura, alrededor de la tríada poder, comunicación e ideología, una lectura crítica de la realidad económico-social y cultural de Latinoamérica.
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