7/9/08

CLASE QUINCE: ELEMENTOS DE SEMIOLOGIA

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Roland Barthes
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En este marco surge en Francia, durante la década del 60, una corriente muy influyente en el análisis de la comunicación de masas que toma como objeto de estudio los objetos, los mensajes y los discursos (los sistemas de significación)[1] de la industria cultural.

Roland Barthes (1915-1980) propone retomar la tradición saussureana para analizar la cultura de masas. En una conferencia pronunciada en septiembre de 1964 en Italia presenta su célebre trabajo “Semántica del Objeto”:

“La semiología, o como se la denomina en inglés, la semiótica, fue postulada hace ya cincuenta años por el gran lingüista ginebrino Ferdinand de Saussure, quien había previsto que un día la lingüística no sería más que una parte de una ciencia, mucho más general, de los signos, a la que llamaba precisamente «semiología». Pero este proyecto semiológico ha recibido desde hace varios años una gran actualidad, una nueva fuerza, porque otras ciencias, otras disciplinas anexas, se han desarrollado considerablemente, en particular la teoría de la información, la lingüística estructural, la lógica formal y ciertas investigaciones de la antropología; todas estas investigaciones han coincidido para poner en primer plano la preocupación por una disciplina semiológica que estudiaría de qué manera los hombres dan sentido a las cosas. Hasta el presente, una ciencia ha estudiado de qué manera los hombres dan sentido a los sonidos articulados: es la lingüística. Pero, ¿cómo dan sentido los hombres a las cosas que no son sonidos? Esta exploración es la que tienen aún que hacer los investigadores. Si todavía no se han dado pasos decisivos, es por muchas razones; ante todo, porque sólo se han estudiado, en este plano, códigos extremadamente rudimentarios, que carecen de interés sociológico, por ejemplo el código vial; porque todo lo que en el mundo genera significación está, más o menos, mezclado con el lenguaje; jamás nos encontramos con objetos significantes en estado puro; el lenguaje interviene siempre, como intermediario, especialmente en los sistemas de imágenes, bajo la forma de títulos, leyendas, artículos, por eso no es justo afirmar que nos encontramos exclusivamente en una cultura de la imagen. Es, por consiguiente, dentro del cuadro general de una investigación semiológica donde yo querría presentar a ustedes algunas reflexiones, rápidas y sumarias, acerca de la manera en que los objetos pueden significar en el mundo contemporáneo. Y aquí precisaré de inmediato que otorgo un sentido muy intenso a la palabra "significar"; no hay que confundir "significar" y "comunicar": significar quiere decir que los objetos no transmiten solamente informaciones, sino también sistemas estructurados de signos, es decir, esencialmente sistemas de diferencias, oposiciones y contrastes.

(…) El sentido es siempre un hecho de cultura, un producto de la cultura ahora bien, en nuestra sociedad ese hecho de cultura, es incesantemente naturalizado, reconstruido en naturaleza, por la palabra que nos hace creer en una situación puramente transitiva del objeto. Creemos encontrarnos en un mundo práctico de usos, de funciones, de domesticación total del objeto, y en realidad estamos también, por los objetos, en un mundo de sentido, de razones, de coartadas: la función hace nacer el signo, pero este signo es reconvertido en el espectáculo de una función. Creo que esta conversión de la cultura en pseudo-naturaleza es lo que puede definir la ideología de nuestra sociedad”. [2]  

A partir del rol social que van adoptando la publicidad, los grandes diarios, las revistas, la televisión y la radio, se vuelve cada vez más urgente la necesidad de constituir una ciencia como la semiología. A esta altura ya esta claro que el contenido lingüístico no es el único objeto de análisis semiológico. Toda clase de signos pueden ser sometidos a su análisis, ya que no hay para Barthes signos naturales. Es aquí donde su prédica adopta rasgos políticos: nos dice que todos los signos son culturales, a pesar del esfuerzo del establishmnet, las instituciones y sus representantes, por naturalizar los signos mediante el lenguaje.

De este modo se va perfilando una ciencia que tiene como objeto de estudio a todos los sistemas de signos, cualquiera sea su sustancia. Las imágenes, las costumbres, los gestos, los sonidos, los objetos y los ritos constituyen lenguajes, sistemas de significación.

Los conceptos denotación y connotación se transforman en la piedra angular del análisis semiológico de los mensajes de la industria cultural.

En un primer nivel de significación los signos son denotativos. Una foto de un automóvil designa un automóvil, la imagen de una mujer denota una mujer. Pero en un segundo nivel los signos connotan un conjunto más amplio de sentidos que son propiciados por el contexto de los usos y de las valoraciones sociales: confort, modernidad, status, éxito, belleza, juventud, etc.

La puesta de relieve del significado latente de los mensajes señala la distancia que separan al proyecto semiológico de la teoría funcionalista, que trabaja sobre los contenidos manifiestos, mientras que la semiología se interesa por el sistema de significación que esta por detrás de las apariencias.

En 1957 Barthes edita su famosa obra Mitologías, que antes de ser publicada en formato libro aparece como artículos mensuales en los diarios Les Lettres Nouvelles y en Critique (donde solo se publicaron dos artículos). En estos trabajos se analiza la actualidad francesa entre 1952 y 1956 a partir del abordaje de los más variados acontecimientos, aunque unidos por su carácter de ser actividades populares: una nota periodística, una película, las fotos de una revista, los espectáculos de lucha, etc.


Le monde où l´on catche (El mundo del catch) es uno de los ensayos que mayor repercusión tuvieron a partir de su publicación. Lo primero que señala el autor es la diferencia que existe entre la lucha y los deportes genuinos como el tenis o el boxeo.

En el boxeo los contrincantes se pegan el uno al otro de verdad y los dos tratan de ganar la pelea. En cambio en la lucha es evidente que la pelea no es de verdad, ya que los luchadores dan varias funciones por semana, o como mínimo una a la semana, mientras que los boxeadores, por regla, tienen un combate cada tres meses.

Barthes encuentra en la palabra actuación la única manera de describir el espectáculo que brindan al público, ya que si realmente hicieran lo que representan hacer se lastimarían tanto que seria imposible mantener el ritmo laboral que implican las giras por las ciudades y pueblos de Francia.

Según el autor, no es este el problema principal que plantea el mundo del catch: el público sabe que todo es mentira. Nadie se engaña. Es por esto que Barthes afirma que la actitud del espectador de una pelea de lucha es similar a la del lector de una novela o a la del espectador de una obra de teatro.

Cuando sobre algún escenario se representa Otelo, de Shakespeare, todos saben que el actor que interpreta al personaje principal no es en realidad un general moro en la Venecia del siglo XVI. Esa persona no es Otelo, y tampoco asesina a Desdémona en la realidad.

Es así como tampoco Tito Morán, el colectivero, quiere matar a Vicente Viloni cuando en el ring de 100 % lucha lo castiga, tal vez movilizado por ver en el campeón todo lo que el nunca podrá ser…

Todo es cuestión de usar signos, especialmente signos que no tienen contenido real.

En este ensayo Barthes adapta las teorías de Saussure, originalmete formuladas para el lenguaje, a una manifestación de la cultura popular.

Lo primero que remarca es la diferencia entre el signo y la cosa significada (“le signe et le signifié”). Esta última, la cosa de la que se habla, permanece constante de una sociedad a otra, mientras que los signos lingüísticos que se usan para referirse a esa “cosa” varían de un lenguaje a otro. Por ejemplo: una vaca es una vaca en nuestro país o en Francia. Pero los franceses se refieren al mismo animal llamándola vache y no vaca.

Aquí, nos dice el autor, encontramos la falta del atributo “vaquidad” o “vacheire” que nos garantice una vache signifique una vaca.

Las palabras funcionan a partir del lugar que ocupan en la estructura del lenguaje, ya que son diferentes las unas de las otras y se ajustan a un esquema particular. De igual modo los gestos de los luchadores significan algo, pero no a partir de lo que ellos piensen o sientan. Los gestos derivan su significado de las convenciones mediante las cuales los seres humanos han aprendido a expresar sus emociones y a interpretar la de los demás.

Así, los gestos de los luchadores nos parecen naturales, a partir del mismo mecanismo por el cual hablar en castellano nos parece, también, natural.

Llegamos, aquí, al meollo del asunto: todas las formas de comunicación son artificiales, ya que deben su funcionamiento, a una estructura. La estructura funciona solo porque vivimos en sociedad y no en estado natural.

Cuando miramos un combate de lucha libre la primera impresión que tenemos es que todo es natural, en el sentido en que sea natural lo que llamamos habitualmente violencia bruta. Pero luego nos damos cuenta de que todo esta cuidadosamente codificado, así como las señales del semáforo o los gestos ampulosos del futbolista que cae sobre el césped después de sufrir el golpe de un rival forma parte de un código elaborado.

A veces los movimientos de los luchadores se asemejan a un extraño ballet, una cuidada coreografía en la que todos los signos convencionales de enojo, frustración, venganza y triunfo final se presentan de manera tal que el público pueda apreciarlos y entenderlos. Incluso el catch tiene convenciones específicas, como cuando un luchador atrapado contra la lona por una lleve aparentemente insalvable y muy dolorosa da a entender que no se dará por vencido.

Si las convenciones lo permitieran, y los espectadores estuvieran acostumbrados, el luchador podría indicar la misma decisión de no rendirse tirando de su oreja izquierda o gritando ¡Dios salve a Irlanda!

Barthes logra, a partir de este y otros artículos, expresar la teoría de Saussure sobre la naturaleza arbitraria de los signos hablando de experiencias populares cotidianas, evitando hacerlo con términos abstractos.

Luego de leer a Barthes ya nadie podía afirmar que el catch es un ejemplo válido para hablar de manifestaciones de fuerza bruta y furia natural. El propósito de cuestionar la idea de que los signos son naturales se logra analizándolos donde perecen precisamente más naturales, pero sin embargo son lo que siempre fueron: partes de un código arbitrario, elaborado y de gran complejidad.

Un postulado central de Saussure afirma que lo que crea sentido dentro de un sistema de signos particular son las diferencias entre los término utilizados.

Por ejemplo: no es que los semáforos funcionen porque existe una conexión natural, y por lo tanto inquebrantable, entre rojo y peligro o verde y seguridad. Funcionan porque todos reconocen y aceptan la diferencia entre los colores primarios rojo y verde y el significado que se le da a cada uno dentro del sistema de signos.

Nuevamente, a primera vista, un combate de catch parece contradecir la idea de que el sentido es creado por las diferencias. Todo resulta tan natural, incluso la apariencia física de los luchadores: uno es gordinflón de pelo largo y expresión maligna y malhumorada y el otro, en cambio, es un hombre fornido, bien parecido, austero e incluso casi un noble representante de la humanidad proba. En la distribución de roles el primero juega sucio, mientras que el segundo respeta las reglas.

Entonces, cuando gana el bueno, como suele pasar, el público siente que el honor y el juego limpio reciben su recompensa. Pero, como sucede otras veces, cuando gana el malo, el público puede dar rienda suelta a una muy aceptable indignación moral.

Sin embargo, cuando lo pensamos, nos damos cuenta que los que nos lleva a otorgarle a una persona una serie de características morales no es mas que un conjunto de convenciones acerca de su apariencia física. Un atleta esbelto y bien parecido puede ser tan malvado como un gordinflón torvo y malhumorado. Todo está en las convenciones y en las diferencias que saltan inmediatamente a la vista.

Cuando pensamos críticamente la experiencia de asistir a una pelea de catch, nos damos cuenta que hemos sido atrapados. Que hemos llegado a pensar que ciertas formas de ver y comportarse con naturales. En realidad, son construcciones culturales.

No hace falta demasiada reflexión acerca de la naturaleza del lenguaje para darse cuenta de que Saussure tiene razón, y para inventar nuestra propia explicación acerca de por qué la palabra “pan” no significa lo mismo que “par”.

No es que la primera palabra haga referencia a un alimento y la segunda a una cantidad, sino que la consonante “n” es diferente de la consonante “r” y todos los que hablan castellano pueden notar de inmediato esa diferencia. [3] 

Semiología de la vida cotidiana



En su libro Sistema de la moda (1967) Barthes propone la la idea de una semiología de la vida cotidiana.

Para proponer las bases de su teoría sostiene que siempre somos concientes del efecto que sobre otras personas tiene la forma en que nos vestimos. Pero muchas veces hacemos de cuenta que es natural y espontánea. Pero en realidad la ropa expresa una elección consciente y culturalmente determinada a partir de los roles o funciones que nos toca desarrollar socialmente, además de representar la forma en que queremos que los demás nos vean.

“(...) este trabajo no trata en realidad, ni del vestido ni del lenguaje, sino en cierto modo, de la “traducción” de uno en el otro, en tanto que el primero constituye ya un sistema de signos: objeto ambiguo, ya que no responde a la discriminación habitual que sitúa lo real a un lado, y el lenguaje al otro, y que escapa consecuentemente tanto a la lingüística, ciencia de los signos verbales, como a la semiología, ciencia de signos objetuales”.[4]

Para muchos Barthes es el fundador de esta corriente que apela, ante todo, a la honestidad intelectual, ya que llama a todos los individuos al reconocimiento de la responsabilidad que cada uno tiene a la hora proyectar la imagen personal mediante signos, que siempre son de una elección conciente.

En este punto, y haciendo una lectura filosófica, el aporte que la semiología de la vida cotidiana hace respecto a la relación del hombre con los signos que conforman su imagen se vinculan con el concepto de mala fe de Jean Paul Sartre (1905-1980).

Este filósofo, contemporáneo de Barthes, sostiene que los humanos son siempre libres y saben que lo son, pero siempre tratan de engañarse diciendo que sus acciones están predeterminadas.

Si decidimos libremente hacer algo, estamos solos y somos responsables de los resultados de nuestras acciones. Para evitar esta responsabilidad fingimos que nuestra decisión no es libre y que se deben culpar a las circunstancias y no a nosotros.[5]

Mientras Sartre sostiene que no existe la naturaleza humana como entidad material que, en teoría, nos condiciona y nos hace ser lo que somos, y nos impide ser lo que queremos ser, Barthes reafirma el concepto trasladándolo al aspecto personal. Al mismo tiempo que elegimos la clase de persona que queremos ser, también elegimos como comunicarnos mediante la manera de vestirnos y mediante la forma de hablar.

Una de las premisas que recorrerá toda su obra es la de distinguir entre naturaleza y cultura.

La sociedad moderna califica, erróneamente, como bueno todo lo que coincide con una supuesta “naturaleza de las cosas”, que no deja de ser una construcción social.

Barthes, que era protestante, homosexual y que nunca termino de ser aceptado por las instituciones académicas francesas de primera línea, cuestiona que en esa ecuación temporo-espacial particular (mediados de los 70 en Francia) el ser católico, casado y con pergaminos académicos sea lo natural y, por ende, lo esperable y lo mejor que puedan dar sus ciudadanos.

Como conclusión afirma que no hay nada de natural en la religión que uno adopta, ni en el estado civil ni en los logros académicos. Son construcciones sociales, y no el estado natural, que recibimos en nuestra relación con otros seres humanos y solo tienen sentido en la sociedad en que nos toca vivir.
 

Referencias:
[1] Decir que en el mundo, la sociedad, reina un "orden simbólico" equivale a decir que las normas, creencias, valores, etc. por las que se que rige nuestra vida social crean un "ordenamiento" que no es el de la naturaleza biológica sino el de la cultura. Las culturas son sistemas de significaciones: entendemos el mundo, lo construimos a través de las mismas. Los humanos añadimos valor simbólico (en forma de materia prima, diseño, ornamentación, etc.) a cualquier cosa que tocamos.[2] La aventura semiológica. Barthes, Roland. Editorial Paidos. Buenos Aires. 1993.
[3] El contenido de este recuadro fue extraído de Barthes para principiantes. Philip Thody y Ann Course. Editorial Era Naciente. Buenos Aires. 1997. Solo se cambiaron algunos ejemplos para adaptar el texto a nuestro medio.
[4] El sistema de la Moda. Barthes, Roland. Editorial Gustavo Gili. Barcelona. 1968.
[5] En nuestro país, la figura legal de la obediencia debida con la cual se trató de eximir de responsabilidades penales a los represores se relaciona tristemente con el concepto de mala fe sartreano.



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